Augusto (Tito) Monterroso en su centenario silencioso

Augusto (Tito) Monterroso en su centenario silencioso

Augusto (Tito) Monterroso

El de Augusto (Tito) Monterroso es un caso singular, acaso es el más insólito de los autores que en el mundo literario han sido, pues su fama ha deparado menos en sus Obras completas (y otros cuentos), que en la escritura de un cuento de una sola línea —y que todos nos sabemos de memoria, casi como un mantra: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Cuando se le preguntó, en una entrevista, por este cuento, dijo, no sin ironía: “No es un cuento, es una novela”. Más allá de sus obras Movimiento perpetuo, La palabra mágica, La oveja negra y demás fábulas, Lo demás es silencio (La vida y la obra de Eduardo Torres), Literatura y vida, La letra e, y de la ya citada Obras completas (y otros cuentos), la fama de Tito Monterroso se debe a una línea escrita, hoy un modelo de minificción y una parodia al arte del cuento –que ha generado, incluso, concursos de variaciones sobre otros posibles finales.

Hasta el punto que se le considera el autor del dinosaurio, y nada más, o como el autor de una obra que todo el mundo se sabe de memoria –por su brevedad– de principio a fin, por lo que es objeto de chistes, bromas y tomaduras de pelos. Sin embargo, pocos atinan a recordar que también es autor de otra minificción de una sola línea, que reza así: “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea”. Es la parodia antitética contra el autor de 98 novelas que conforma La comedia humana. Los extremos se tocan: El dinosaurio versus La comedia humana. O contra La guerra y la paz. O contra La búsqueda del tiempo perdido.


Fabulista, cuentista, narrador, ensayista o más fabulista que narrador, Augusto Monterroso (1921-2003) cumple este 2021, su primer centenario. Nació como acto de humor más que de amor, pues nació en Tegucigalpa, Honduras, se nacionalizó guatemalteco y creció en México (huyéndole a una dictadura), donde desarrolló su vida de escritor, hasta obtener los premios Xavier Villaurrutia, en 1975, y en 1988, la condecoración del Águila Azteca. Cuenta que cuando huyó de Guatemala solo se llevó los Ensayos de Montaigne, en dos tomos. Nada más. Es que los Ensayos son una Biblia profana, un libro de libros, un compendio de sabiduría.


Maestro de la minificción, cuyas fábulas se leen como microrrelatos y parodias de la tradición clásica. El dinosaurio es objeto hoy en el mundo académico de estudios y seminarios, hasta inducir al mayor estudioso y antólogo de la minificción en América Latina, Lauro Zavala, a escribir un libro titulado El dinosaurio anotado. Porque para algunos teóricos del cuento, El dinosaurio reúne todos los elementos estructurales del cuento.


Si me dieran a escoger de sus fábulas mis favoritas, seleccionaría a: El conejo y el león, La Fe y la montaña, La oveja negra, El rayo que cayó dos veces en el mismo sitio, El monólogo del mal, La cucaracha soñadora, Pigmalión, Monólogo del bien, El grillo maestro, Las dos colas, o el filósofo ecléctico, Caballo imaginando a Dios, El perro que deseaba ser un ser humano, El paraíso imperfecto y Paréntesis. Sus fábulas, que se leen como microrrelatos, poseen los rasgos de la parodia y la sátira, y fueron escritas con ingeniosidad, sentido del humor y cinismo.


Obras completas (y otros cuentos) es un libro de apenas 12 cuentos, pero quien lo lee la primera vez (como me sucedió a mí), piensa que se trata de sus Obras completas. Pues no: es el título de la obra, lo cual hace de este título el más irónico del mundo.


Todos hemos leído el microrrelato El sueño de Chuang Tzu, referido por Borges en su ensayo Nueva refutación del tiempo. Chuang Tzu fue un filósofo chino, de la escuela taoísta, que vivió alrededor del siglo VI a. C., y que el escritor argentino cita y antologa junto con Adolfo Bioy Casares en su antología Cuentos breves y extraordinarios y en Antología de la literatura fantástica. El texto dice así: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar no sabía si era Chuang Tzu el que había soñado que era una mariposa o si una mariposa soñaba que era Chuang Tzu”. Traigo a instancia este microrrelato, pues Augusto Monterroso también escribe una parodia, pastiche o variación del mismo texto canónico. El texto de Monterroso se titula La cucaracha soñadora, y dice así:

“Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha”. Como se ve, el recurso del calembour o retruécano funciona aquí como un método de composición de escritura, en que se funden –o dialogan– la historia del argumento de La metamorfosis de Kafka y su personaje protagónico, Gregorio Samsa, y entre la cucaracha o escarabajo de Kafka y la mariposa de Chuang Tzu. Monterroso y Kafka (unas de sus influencias mayores), Chuang Tzu y Gregorio Samsa, la mariposa y la cucaracha o escarabajo. La metamorfosis o transformación y el sueño. El sueño y la realidad, la ficción y la vida.

En el Augusto Monterroso fabulista y microrrelatista está la ironía a otros textos canónicos, donde hay una parodia a la tradición, desde una narración posmoderna. Así pues, humor e ironía se entrecruzan como mecanismos de ficción o de metaficción en sus textos breves. Escrito en 1959, El dinosaurio, un texto de apenas siete palabras, causó en el mundo literario un boom, una revolución, que lo hace irrepetible y un mito literario. Es muy paradójico, pues se trata de uno de los textos más parodiados, citados y estudiados del mundo, en el que las exégesis y las variaciones exceden su extensión. Mario Vargas Llosa lo califica como una “mínima joya narrativa”, en Cartas a un joven novelista. Modelo de económica verbal, paradigma de condensación narrativa y alegoría de la brevedad, El dinosaurio se lee como la historia de un personaje narrador fabulista o la anécdota de un fabulador.

La obra de Monterroso es sonriente: nace de la inteligencia y del humor. Nos hace reír con su prosa imaginativa y con una escritura elocuente, pero discreta. Su obra narrativa brota de la sabiduría, y posee una gracia que no ensordece. Monterroso es, pues, una de las voces más extrañas y singulares de las letras de este continente mestizo. De estilo melancólico, y a la vez festivo, cultivó el arte de la elocuencia narrativa. De tramas risueñas pero eficaces, no pocas de sus páginas supuran pasión y fantasías. Sus microrrelatos nos sorprenden; sus fábulas posmodernas, aunque en la tradición de Esopo, Iriarte y la Fontaine, tienen una vitalidad y una gracia refrescantes; también una insólita sabiduría, ínsita e intrínseca, que nos seducen y atrapan. De estatura diminuta, regordete, y con sentido del humor, Tito Monterroso nos dejó una obra en prosa, cargada de ingeniosidad y permeada por su talento en la composición y estructuración de sus tramas narrativas.

En su centenario, se impone leer y releer hasta aprenderse de memoria El dinosaurio. Cuando desperté de su lectura, el dinosaurio ya no estaba ahí.

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