Cuenta la leyenda que la colina del Aventino fue el lugar elegido por Remo para construir una nueva y gloriosa ciudad, a diferencia de la colina del Palatino, elegida por su gemelo Rómulo.
La antítesis original entre las dos colinas podría haberse originado en el periodo tardo-republicano tratando de justificar una antigua leyenda que comenzó en el siglo V a.C., entre patricios (Palatino) y plebeyos, residencias y sedes de culto (Aventino).
El Aventino es una de las siete leyendarias colinas de Roma. Se encuentra cerca del Circo Máximo y del río Tíber. El origen de su nombre es incierto, y está ligado a diversas leyendas. La hipótesis más probable es que el nombre se debe a Aventino, rey de Alba Longa, de quien la leyenda narra que fue alcanzado por un rayo en la colina y allí enterrado. El Aventino fue un lugar privilegiado de culto a diversas divinidades. El asentamiento de poblaciones conquistadas, deportadas de los centros de la Región del Lacio tras las conquistas de Roma en los siglos IV-III a.C., estimuló sin dudas el nacimiento y desarrollo de estos santuarios. El primer templo construido en el Aventino es el Templo de Diana, erigido por Servio Tulio. En las cercanías estaba el Templo de Minerva, En la zona de Santa Sabina estuvo el Templo de Juno Regina, sobre las laderas de la colina sobre las prisiones del Circo Máximo, el Santuario de Ceres, Libero y Libera.
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En época Imperial se atestiguan cultos a divinidades orientales como el Santuario de Júpiter Dolichenus, del 138 d.C. y las salas subterráneas dedicadas al dios Mitra bajo la iglesia de Santa Prisca, que datan del siglo II d.C. A finales del mismo siglo, una comunidad del culto de Isis se instaló debajo de Santa Sabina.
El Aventino es famoso por las espléndidas iglesias que se encuentran en su territorio. La más interesante es sin dudas la Iglesia de Santa Sabina, una de las iglesias paleocristianas mejor conservada. La iglesia se encuentra en el lugar de la casa de la romana Santa Sabina. En el claustro hay una planta de naranja, que se dice que fue traída desde España por el mismo Santo Domingo en 1220. Del árbol original siguen creciendo nuevas plantas que aún hoy producen sus frutos.
Al lado de la entrada hay una columna retorcida, sobre esta una piedra negra brillante con agujeros en la parte superior, es llamada el “lapis diávolo” o la piedra del diablo (piedra de basalto negro redonda y lisa). Cuenta la leyenda que el Diablo en persona agarró la piedra, dejando sus huellas, y la arrojó a Santo Domingo, absorto en oración sobre la lápida de los protomártires. Afortunadamente la piedra cambió milagrosamente su recorrido salvando al santo, terminando en una losa que cubría los huesos de algunos mártires. Al lado de la basílica, el famoso “Giardino degli Aranci” (Jardín de los Naranjos) uno de los lugares más bellos de Roma, donde se goza de una magnífica vista panorámica de la Capital (este pequeño parque se creó en el interior de lo que en la Edad Media fue la fortaleza de la familia Frangipane, de la que hoy solo queda visible una parte de las murallas que la rodeaban).
Santo Domingo residió durante un tiempo en el convento contiguo a la iglesia de Santa Sabina, donde aún hoy se conserva su celda, transformada posteriormente en una pequeña capilla. En el jardín se conserva un naranjo que simboliza el lugar donde solía descansar y predicar.
En la cima de la colina del Aventino se encuentra la “Piazza dei Cavalieri di Malta”, sede del Gran Priorato de los Caballeros de Malta. La Piazza, magistralmente decorada con obeliscos y triunfos militares, fue diseñada por Giovanni Battista Piranesi en 1765 por orden del papa Clemente XII, prior de los Caballeros de Malta. Según la leyenda, las decoraciones de la Plaza, los obeliscos presentes y la iglesia de Santa María del Priorato esconden símbolos que solo pueden ser interpretados por los Caballeros Templarios. La leyenda narra que el Aventino tiene la forma de una embarcación templaria que tarde o temprano zarpará hacia Tierra Santa. La parte sur, en forma de V, es la proa del barco, mientras que la puerta a la Villa de los Caballeros de Malta (también restaurada por Piranesi) es la entrada al puente del velero.
En la cerradura del Portón de entrada de la Villa dei Cavalieri, al mirar con el ojo a través del pequeño agujero, se observa una avenida de altos setos verdes que enmarcan la gran Cúpula de San Pedro, en el mismo punto de fuga central. Un juego de perspectiva excepcional.
Desde la Piazza dei Cavalieri di Malta, diseñada por Piranesi, a poca distancia se encuentran las cinco antiguas basílicas cristianas: Santa Balbina, Sant ‘Anselmo, Santa Prisca (que esconde en su sótano los restos de un antiguo mitraerum romano), Sant’ Alessio y Bonifacio y Santa Sabina (la más impresionante por su gran historia, por su belleza arquitectónica y por las obras que conserva en su interior, como las majestuosas columnas de mármol blanco recuperadas del antiguo Tempo de Juno Regina).
En la parte baja de la colina del Aventino se encuentra otro jardín, abierto en primavera, el llamado “Roseto Comunale”, construido por el Ayuntamiento de Roma en 1950, en el lugar donde, entre 1645 y 1895, existía un antiguo cementerio judío, los senderos que recorren en la parte superior, dan forma a una gigantesca “Menorah”, en las dos entradas hay una especie de lápida con las Tablas de la Ley de Moisés.
Como vemos, el Aventino es uno de los barrios residenciales más bellos y elegantes de Roma, con inmenso valor histórico artístico. Entre los ilustres habitantes de la colina se encontraba la casa de Trajano antes de convertirse en emperador.
En la primavera del 2023, gracias al amigo urbanista Pietro Bertelli, tuve a oportunidad de ser hospedado por varios días en el Convento de la Iglesia de Sant’ Alessio en el Aventino. Maravillado por la belleza del Aventino y agradecido a los padres “Somaschi”, en particular al padre A. Zanatta por la hospitalidad en una de las celdas del Convento. En el Aventino pude respirar el aroma primaveral de la belleza del lugar, visitar las iglesias, los jardines y los parques. La imponente iglesia de S. Alessio data del siglo III o IV, cuando fue construida en el lugar que ocupó, según la tradición, la casa del padre de Alessio, Eufemiano. Originalmente la iglesia fue dedicada a S. Bonifacio de Tarso (el patricio romano martirizado en Tarso de Cilicia (Anatolia) a principios del siglo IV. El “Liber Pontificalis” atestigua que la iglesia se convierte en diaconía en el siglo VIII, bajo el pontificado de León III. En 937 se añadieron una serie de casas cercanas que formaron el primer núcleo del monasterio, bajo la dirección de S. Addone, abad de Cluny. En el año 986 el edificio declarado Basílica fue dedicado a Sant’ Alessio. En el siglo XII, el monasterio fue reconstruido por la familia Crescenzi. En 1216 reconstruida por Honorio III. En 1750 el cardenal Andrea Querini encargó a Tommaso de Matchis la ampliación del convento y la nueva fachada de la iglesia. Entre 1852 y 1860 los clérigos regulares de Somasca (Somaschi), a quienes Pío IX donó la basílica y el monasterio, llevaron a cabo más trabajos de restauración.
La Iglesia de Sant’ Alessio alberga numerosas obras de notable interés que atestiguan la sucesión de siglos y estilos artísticos, la extraordinaria reliquia, ligada a la vida del santo, una verdadera representación teatral con el centro una “escalera” que cuenta los últimos momentos de la vida del santo. La extraordinaria vida de Sant’ Alessio era conocida en Roma desde la antigüedad. Se cuenta que Alessio se opuso al matrimonio organizado y deseado por su padre, Alessio huyó a Siria, sintiéndose atraído por una vida ermitaña y casta, vivió en el exilio vagando por 17 años. Regresando a Roma pobre, anciano y demacrado, no fue reconocido por su padre, quien, creyéndolo un peregrino, lo hará vivir bajo las escaleras de la casa, alimentándolo a cambio de los trabajos más humildes durante muchos años. La verdad sobre su identidad será revelada a su padre solo después de la muerte del santo mediante una carta. En esta escena, que incluye el monumental relicario y su reliquia en el centro, el artista Andrea Bergondi, seguidor de Bernini en el siglo XVII, nos presenta al moribundo Alessio vestido de peregrino, sosteniendo en la mano la reveladora carta. Alessio, sufriente y cercano a la muerte al pie de la composición, mientras una gloria de ángeles lo corona y acoge su alma en la luz divina que se abre con rayos dorados entre el azul del cielo. La escalera, su relicario, las estatuas, las columnas que rodean la escena, narran la historia con el mismo énfasis como fue acogida por la piedad popular, enriquecida de leyendas y la imaginación de escritores, históricos e investigadores.
El crescendo del eco europeo de Sant’ Alessio alcanza su máxima celebración con el drama musical de Stefano Landi (con libreto del cardenal Rospigliosi) representado en 1631 – 1632. Y con el lienzo del gran pintor francés George de La Tour de 1649.