Por Juan Miguel, Amaury y Amín Pérez (Hijos de Bacho)
¿Qué significó para nosotros crecer con un revolucionario como padre? Y, sobre todo, ¿Qué sentido tenía la lucha para Bacho? Quienes le conocieron saben de su carácter inquieto, incansable, con una sorprendente fuerza y espíritu jovial. Nada le detenía por las libertades y derechos de nuestro pueblo. Sin miedo, iba de frente por la verdad y la justicia. Con alegría, iba siempre de cara al sol. Pero, ¿Cómo pudo mantenerse a lo largo de los años, coherente a sus principios? ¿Qué forjó ese inquebrantable espíritu de libertad e insumisión? ¿Dónde encontraba esa extraordinaria esperanza para seguir la lucha, aún en los momentos de mayor represión, o en la soledad mayor? ¿Y de dónde venía esa sensibilidad ante y por la vida que tanto le caracterizó? La lucha revolucionaria fue sin dudas la escuela continua que forjó su ser.
Una de las facetas más hermosas de crecer como sus hijos fue su enseñanza de la lucha política mediante la práctica. Su lucha política fue inseparable de la lealtad por sus compañeras y compañeros, y de gran ternura hacia los suyos. Crecimos acompañando cada fin de semana a las madres, viudas e hijos de sus amigos caídos. Entre las montañas de papeles y periódicos que rodeaban su espacio de trabajo, se podían fácilmente encontrar fotos de los mismos que Bacho conservaba cuidadosamente. Al hablar de sus compañeros, sus ojos se suspendían de iluminación. Incluso, horas antes de partir físicamente de esta tierra, nos pedía que le mencionáramos los nombres de sus hermanos de lucha. Todas y todos tenían el mismo lugar: eran Héroes Nacionales que no merecían olvido.
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En el 2004, días antes de las elecciones presidenciales, Amín le encontró llorando profundamente en la sala de la casa. Con el amor y protección que le caracterizaba, le decía que no se preocupara, que nada malo había pasado. Minutos más tarde, le explicó las razones de su profunda tristeza, recordándole varios nombres de sus compañeros asesinados. En la mano, el borrador de su columna de opinión en el periódico Listín Diario, que concluía de esta manera: “Viendo siempre el bosque desde arriba del árbol, Pipe Faxas está presente en todos los que tenemos a honrar su memoria, y con él a la Raza Inmortal, el 1J4 clandestino, del exilio y público, y el rescate constitucionalista, en noviembre como en abril. Más allá del clima electoral, la lucha actual la asumimos con la dignidad que Pipe simboliza. Pipe Faxas nos alienta y se hace presente con la pauta de la vergüenza”.
Para Bacho, la fidelidad a sus compañeros no era sentimentalista ni nostálgica; pasaba por levantar sus nombres como bandera y continuar las aspiraciones de la revolución inconclusa. Así era que Bacho convertía el dolor en canto, haciendo de la ausencia, una causa pendiente. La lucha revolucionaria del ayer no fue un fin ni un mero recuerdo. Encontraba un sentido en el combate cotidiano contra los abusos y las injusticias del presente. Se manifestaba contra la violencia física, social y económica de los de arriba, la cual somete a las poblaciones más humildes a vivir en el día a día y les confisca sus anhelos de mejores días. Su combate se expresaba en la libertad de su manera de ser sencillo, sin barreras, codeado siempre de la grandeza de los de “abajo” y de la exigencia de la igualdad.
Su medio fue la acción, y el periodismo una de sus trincheras. Fiel al movimiento estudiantil Fragua, que co-fundara en 1961 con su lema “Pensamiento y acción fundidos en armas contra la injusticia”, inició desde entonces un periodismo con vehemencia, incluyendo los años más represivos de la historia contemporánea. Respondía con su palabra sin miedo y con claridad meridiana a cualquier acción autoritaria del régimen balaguerista o de otro gobierno.
El programa televisivo Nocturnal prolongó ese combate desde mediados de los años 1990. “Televisión abierta a toda manifestación ciudadana” fue el lema del programa. Con su estilo sociable, de cercanía hacia la gente, se dedicó a escuchar y a dar voz al sentir de la ciudadanía. Su sección “Al aire libre”, donde abría el teléfono a la gente, fue clave en momentos en que se seguían silenciando, física y simbólicamente, las manifestaciones populares contra las injusticias. Con su lenguaje llano, didáctico y, muchas veces humorístico, el programa se constituyó en un instrumento pedagógico para construir ciudadanos armados de conciencia.
Nunca titubeó en decir la verdad al poder. De hecho, quienes temblamos muchas veces fuimos nosotros en casa ante lo que le pudiese ocurrir. ¿Cómo olvidar su aparición el día del nombramiento de Pérez y Pérez, en 1996, como jefe de la Policía Nacional, mostrando sus manos que había minuciosamente enrojecido, para recordarle al militar su sanguinario historial?
El espíritu de Bacho fue siempre insurrecto y libre. Guerrillero a tiempo completo. Forjó un sentido de libertad en momentos de grandes claudicaciones. Libre incluso de ataduras de amistad que pudieran desviar su atención ante la lucha. Siempre mantuvo respeto ante la gente, incluso ante amigos que no asumían su visión. Nunca se fue al plano personal. Pero nunca transigió con los ideales que estos encarnaban. Su fin fue mantenerse leal a una causa y honrar la vida de sus compañeras y compañeros, continuando la lucha por diferentes medios y formas.
Desde antes del PLD subir al poder, le hizo frente a la impostura de quienes osaron hacer negocios con los principios y aliarse con Balaguer para llegar al poder. Al ver la corrupción que surgió de ese partido, la historia le dio la razón a Bacho. Sus intervenciones fueron premonitorias del descalabro político y moral que hoy vivimos. Causados por la deshonra y la despolitización que los “amantes de la paz” ejecutaron hacia el pasado de luchas.
La vida de Bacho fue un ejemplo de esa estirpe revolucionaria, innegociable y perdurable en el tiempo. Una vida hecha a base de la dignidad de la lucha. Esa misma esencia que dio sentido a toda su vida y que lo hizo vivir siempre invencible.