“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca”. Juan 15:16.
Por su Palabra podemos comprobar que Dios nos ha escogido, esto implica cumplir con un propósito, llevar frutos. También, vemos que Él nos elige como árboles, porque no hay frutos sin un árbol que los pueda cargar.
Cuando la semilla de Jesucristo germina en un corazón, hay un crecimiento que inminentemente llevará a tal árbol a dar frutos sanos y sin alteraciones. El mismo, será la respuesta de Dios para aquellas almas que desfallecen y que necesitan alimento del cielo, alimento que restaura y a la vez levanta.
A ti que me lees, quiero decirte que Dios te ve como un árbol, pero, ¿cuál es la misión que cumplen los arboles? Son sombra para los que están cansados y agobiados. Son capaces de recibir los embates del sol, mientras ellos ofrecen frescura a aquellos que después de un largo camino necesitan nuevas fuerzas. Los árboles resisten sequías, fuertes tormentas, aguas impetuosas, depredadores que intentan debilitarlos, más sin importar todo eso, ellos tienen una sustancia interna que los mantiene de pie, y es la fe en quien los escogió para llevar frutos.
Oro, para que entiendas que en Dios no eres cualquier árbol, que en sus manos eres uno frondoso, sano, hermoso y que lleva frutos. Oro para que perdones aquellos que, en vez de podarte, intentaron derribarte.
Oro con fuerza, para que sepas que si Dios te escogió y te sembró donde estás, no es para que termines siendo un palo para leña que, obstaculiza el camino y luego es llevado a encender el fuego. ¡NO! ¡NO! ¡NO! Eres más que eso, cargas un propósito, cargas una misión y es llevar tus frutos al mundo, incluso, a los que te quieren como palo.