Bernini y Borromini: Desafío a la perfección

Bernini y Borromini: Desafío a la perfección

Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) y Francesco Borromini (1599-1667) fueron los dos grandes arquitectos que contribuyeron más que ningún otro artista a transformar Roma en una joya barroca (final del XVI e inicio siglo XVII). Dos maestros absolutos, sin lugar a duda, pero con personalidades muy diferentes. Sus obras, más que simples construcciones, representaron una nueva visión del mundo, el reflejo de una sociedad profundamente cambiante y un diálogo constante con el poder eclesiástico. Bernini, con su personalidad extrovertida y su genio polifacético, supo traducir la solemnidad del papado y la intensidad de la fe con obras de extraordinario impacto emocional.

La columnata de Plaza San Pedro, que se despliega como brazos acogedores, no es sólo un símbolo de la Iglesia universal, sino también una audaz declaración de fuerza y poder, una escenografía donde cada elemento está calibrado para suscitar asombro y devoción. La Plaza es una obra maestra de la ingeniería urbana. La columnata consta de cuatro filas de columnas dóricas, el obelisco, al centro de la plaza y las fuentes actúan como puntos focales y contrapuntos visuales que equilibran el conjunto. La disposición elíptica de la columnata es una expresión tangible de la maestría de Bernini en la manipulación del espacio, una síntesis entre geometría y simbolismo. Borromini, en cambio, parece oponerse radicalmente a esta visión con un lenguaje arquitectónico hecho de curvas insólitas e inesperadas y geometrías complejas.

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En sus edificios, como, por ejemplo, en la Iglesia de “San Carlo alle Quattro Fontane”, o la Iglesia de “Sant’Ivo alla Sapienza”, experimentamos una sensación de movimiento incesante, una agitación interna que contrasta con la monumentalidad de las obras de Bernini. Sin embargo, en este contraste se esconde una complementariedad: si Bernini representa la magnificencia externa de la Iglesia, Borromini, explora sus profundidades místicas y espirituales. El interés de los Papas (desde Urbano VIII hasta Alejandro VII), fue fundamental en este diálogo arquitectónico. Hoy, caminando por las calles de Roma, frente a las obras de estos dos grandes maestros, no podemos evitar sentirnos partícipes de ese diálogo, testigos de esa tensión creativa. Sus arquitecturas nos interpelan, solicitan nuestra mirada no sólo hacia el exterior de esas estructuras, sino también hacia nuestra reflexión, en un viaje a través de la historia, el arte y la fe. Los dos tenían prácticamente la misma edad, habilidades similares, pero sus personajes eran demasiado diferentes. El conflicto entre ambos inicia con el diseño y la realización del “baldacchino” de San Pedro.

Los dibujos son todos de Borromini, como sugieren las originales columnas retorcidas, pero la firma final la colocará Bernini. En este contexto efervescente de la Roma del siglo XVII, la rivalidad entre Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini emerge no sólo como una historia biográfica de dos de los más grandes arquitectos de la época, sino también como un dualismo simbólico que refleja dos maneras radicalmente diferentes de interpretar la arquitectura barroca. Bernini, fue un maestro en el arte de fusionar arquitectura, escultura y pintura en un espectáculo visual único y coherente. Su enfoque fue teatral y comunicativo; para Bernini, el espacio urbano tenía que ser escénico y la arquitectura tenía que interactuar con el espectador.

Por otro lado, Borromini fue un tenaz innovador, cuya arquitectura refleja una búsqueda incesante de nuevas soluciones espaciales y una predilección por las formas geométricas complejas. Mientras Bernini jugaba con el claroscuro para acentuar el movimiento, Borromini deformaba y retorcía elementos arquitectónicos para crear espacios fluidos y dinámicos, por ejemplo, la Iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane, con sus ondas de piedra y su fachada cóncava convexa, es un emblema de su capacidad para crear una arquitectura vibrante e intelectual. El contraste entre los dos no era sólo estilístico, sino también temperamental y filosófico. El dualismo Bernini-Borromini, no debe entenderse simplemente como una competencia entre dos personalidades opuestas, sino más bien como una dialéctica creativa, un estímulo mutuo que generó una tensión artística capaz de elevar la arquitectura de su época a alturas nunca alcanzadas.

La Iglesia de Sant’Ivo alla Sapienza se destaca por su diseño innovador de geometría compleja, que Borromini manipula para crear una experiencia espacial dinámica y atractiva. La iglesia presenta una planta central, pero en lugar de optar por una forma tradicional, Borromini desarrolla una figura basada en curvas cóncavas y convexas que se funden en una estrella de seis puntas. Este esquema geométrico es retomado y complicado aún más por el movimiento ascendente de la cúpula, que se eleva en una espiral simbólica del ascenso místico hacia el conocimiento y lo divino. Un elemento distintivo de Sant’Ivo es la linterna que remata la cúpula, diseñada con volutas que envuelven una icónica espiral que parece tocar el cielo. La complejidad constructiva de esta estructura refleja la maestría de Borromini en el manejo del concepto de «espacio infinito» en el Barroco. La Fuente de los Cuatro Ríos, la obra maestra de Gian Lorenzo Bernini en Piazza Navona, se erige no sólo como una celebración de las artes barrocas, sino también como un campo de batalla silencioso, el escenario de una rivalidad casi mitológica con Francesco Borromini. En esta obra, Bernini despliega todo su virtuosismo escultórico, combinando naturaleza, mito y simbolismo en una composición que es a la vez fuente de asombro y, según una lectura más intrigante, de sutil burla. Frente a la fuente se alza la iglesia de Sant’Agnese (San Inés), en la que trabajó Borromini, imprimiendo su inconfundible estilo hecho de curvas y contracurvas, de una geometría que casi parece rebelarse contra la linealidad clásica.

Aquí, según la leyenda, se produce un diálogo silencioso pero elocuente entre los dos maestros: las estatuas de la fuente, en particular la del Río de la Plata, con el brazo levantado en un gesto que parece casi defensivo, han sido interpretadas como una manifestación del desafío silencioso de Bernini hacia su rival. La anécdota, que se pierde entre la historia y el mito, habla de una rivalidad que va más allá de la simple competición profesional. Es una comparación entre dos filosofías arquitectónicas, dos visiones del mundo: por un lado, la teatralidad de Bernini, que encuentra en la fuente una de sus mayores expresiones, síntesis entre espectáculo y estructura, entre mito y realidad; por el otro, el intelectualismo riguroso de Borromini, cuyo lenguaje arquitectónico desafía las convenciones y busca una síntesis entre razón y misticismo. Este episodio se convierte en una metáfora de un diálogo más amplio en la Roma del siglo XVII, donde el arte no es sólo expresión sino también un tema de debate, un debate que no tiene lugar con palabras, sino a través de la piedra, el espacio y la luz. En este contexto, Piazza Navona se convierte no sólo en un lugar físico sino en un cruce de ideas, un escenario en el que se desarrolla uno de los actos más fascinantes del teatro barroco, donde Bernini y Borromini, a pesar de su hostilidad, colaboran involuntariamente en la creación de una armonía que excede la suma de las partes individuales. Desde este punto de vista, la Fuente de los Cuatro Ríos no es sólo una fuente, sino un capítulo de la historia del arte, un mensaje cifrado que habla de la tensión creativa que anima toda gran obra. La rivalidad entre Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini, dos de las estrellas más brillantes en el firmamento de la arquitectura barroca, ofrece una lección de eterna relevancia: la diversidad de visiones y enfoques no sólo es inevitable sino esencial para el progreso y la evolución del arte y la cultura .