Biblia, Iglesia y persecución minera

Biblia, Iglesia y persecución minera

Por Osiris de León

La minería, como actividad extractiva y productiva que aporta bienes metálicos y no metálicos requeridos por la sociedad, ha existido desde el mismo origen de la sociedad, pues fue la sociedad la que utilizó cobre, estaño y hierro para los primeros hitos del desarrollo, el progreso y la transformación de la sociedad, y fue la misma sociedad la que demandó bloques de roca caliza, de basalto y de granito para construir templos, edificios de gobernación, obeliscos, almacenes de alimentos y viviendas que garantizaban alimentación y protección de líderes y de ciudadanos en los imperios establecidos por asirios, caldeos, babilonios, egipcios, griegos y romanos, y catedrales cristianas, así como refugios para cristianos perseguidos por el imperio romano, al mismo tiempo que el imperio romano hacia minería para extraer bloques de piedras para caminos, acueductos, sedes de gobiernos y viviendas seguras para sus ciudadanos, y fue la misma sociedad la que posteriormente utilizó carbón mineral, petróleo y gas para sustituir a la leña y al carbón vegetal como fuentes de energía para cocinar alimentos y para sistemas de transporte mecanizado y para sistemas de energía eléctrica que ya cubren a la mayor parte de los núcleos urbanos de todo el planeta Tierra.

El libro del Génesis, el primero del Antiguo Testamento, dice en su capítulo 2, versículos 10 al 15, que “después de la Creación, un río salía de la tierra del Edén que regaba el huerto, río que después se dividía en 4 ramales, el primero de ellos, llamado Pisón, rodeaba toda la tierra de Havila donde hay oro excepcionalmente puro, el segundo llamado Guihón, el tercero llamado Tigris y el cuarto llamado Éufrates, y Dios puso al hombre en ese jardín del Edén para que lo cultivara”, así que, desde la primera narrativa de la Creación, el oro ha sido descrito en la Biblia como un metal de alta pureza puesto por Dios a orillas de los ríos para que el hombre lo utilice, y eso lo saben bien todos los sacerdotes.

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Osiris de León

De igual modo, el libro del Éxodo, el más impresionante y mejor narrado de los libros del Antiguo Testamento, escrito quizás 1,500 años antes de Cristo, nos dice en el capítulo 25, versículos 10 al 22: “Haz un arca de madera de acacia, recúbrela por dentro y por fuera con oro puro, ponle un ribete de oro alrededor, ponle 4 argollas de oro en las 4 patas, dos a cada lado, a través años de madera de acacia, recúbrelos de oro y pásalos a través de las argollas de oro de los costados para que el arca revestida de oro pueda ser levantada, y déjalos ahí, luego coloca en esa arcala ley que te voy a entregar con 10 mandamientos. Luego haz una tapa de oro puro para cubrir el arca revestida de oro y ponle encima dos querubines, ubicados en los extremos, uno frente al otro, hechos de oro y labrados a martillo, con tapa y querubines hechos de una sola pieza de oro, luego coloca la tapa sobre el arca, y allí me encontraré contigo”, siendo esa la primera narrativa bíblica de un mandato de Dios al hombre para utilizar el oro puro para revestir el Arca de la Alianza para protección de la ley de los 10 mandamientos, y para la cual se requería de la pureza y la inoxidabilidad del oro, y eso lo saben los sacerdotes, aunque algunos esquivan leerlo para no contradecir su discurso antiminero.

La Biblia también nos dice, en el segundo libro de Crónicas, que el rey David entregó a su hijo Salomón los planos para que construyese un templo para Jehová, en el monte de Moriah, para el cual reunieron todas las riquezas del reino, equivalentes a 100 mil talentos de oro, un millón de talentos de plata, hierro y bronce en gran cantidad, a lo que sumaron sus riquezas personales en oro y plata, y las riquezas en oro y plata aportadas por el pueblo, y que estando ya disponible el dinero, asignaron 80 mil cortadores de piedras para trabajar en las canteras mineras de las montañas, siendo el primer gran templo de la Iglesia, terminado en el año 953 antes de Cristo, construido con bloques de piedra caliza blanca, extraídos en canteras mineras, templo que estaba totalmente revestido de oro puro(1 Reyes6:20-35), incluyendo el altar revestido de oro puro y una mesa de oro puro para colocar los 12 panes de la Presencia del Señor, 10 candelabros de oro puro, lámparas y tenazas de oro puro, copas, tazón ese incensarios, todos de oro puro, y goznes en las puertas, también de oro puro (1 Reyes 7:48-50); entonces los sacerdotes instalaron allí el Arca de la Alianza (1 Reyes 8:6), la cual estaba revestida de oro puro.

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De repente, en el presente, algunos sacerdotes, quizás desafiando a los textos bíblicos que dicen representar, o quizás arrepentidos de que su Iglesia, desde los cimientos de su fundación hasta el día de hoy, haya valorado y utilizado el oro como un metal puesto por Dios en la Tierra del Edén para uso y beneficio del hombre y de la Iglesia, han iniciado una nueva inquisición contra toda propuesta de actividad minera, especialmente minería del oro, olvidando que todas sus catedrales e iglesias, todos sus seminarios y escuelas, y todas sus viviendas, han sido construidas a partir de rocas extraídas por la minería y cementos aportados por la minería, que el combustible de sus vehículos lo aporta la minería y que el gas de sus cocinas lo aporta la minería, y que constituye un inexplicable desconocimiento de los orígenes de la Iglesia, o una hipocresía, desarrollar contra la minería una persecución similar a la que los romanos desarrollaron en contra de los cristianos desde los tiempos de Jesucristo, a quien crucificaron, y que se mantuvo hasta que los emperadores Licinio y Constantino suprimieron esa persecución, en el año 313 d.C., a través del Edicto de Milán, sin que en el presente ninguna autoridad de la Iglesia firme un nuevo edicto que ordene suprimir tal persecución minera.