Bienalidades (3-3)

Bienalidades (3-3)

José Pelletier - Cédula del mar

A propósito de la curaduría de arte, la pregunta de lugar no debe ser qué es lo que cura el curador, puesto que eso ya lo sabemos, sino más bien qué es lo que traduce el curador de arte cuando cura en tanto que traductor artístico y cultural.
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La curaduría de arte es una labor de traducción en sentido amplio por ser un acto de lectura, de recepción e interpretación: un hecho de comprensión y desciframiento. Es traducción de sentidos y formas, de visiones, de ideas, de sensaciones; pero también de valores. El curador traduce signos y significados, los valores de una producción simbólica determinada en una escena social y cultural.
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Bien vista, toda práctica curatorial es conversión de una creación artística individual o colectiva en una puesta en escena social. El acto creador del artista y su producto, la obra de arte, el “texto artístico”, se traducen, se socializan en un espacio expositivo y se abren a la experiencia estética -lúdica y reflexiva, diversa y plural-, a la mirada curiosa, inquisidora, indiferente o cómplice del espectador.
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El primer curador de una obra de arte es el propio artista que la crea, así como es también su primer lector y crítico. El curador es el segundo lector y crítico de la obra curada, pero también su primer traductor. Lee e interpreta el mundo del artista, su visión y su lenguaje, su estética, y lo vierte todo en un espacio físico expositivo que, en virtud de la obra creada y curada, se transfigura en espacio y en contexto artístico.
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Como traductor de un universo ajeno de imágenes y signos, el curador debe ser muchas cosas a la vez. En su práctica se reúnen otras prácticas y en su perfil se concentra una diversidad de perfiles. De algún modo, es en la práctica una suma de cosas: esteta, teórico, crítico, historiador, museógrafo, comunicador, gestor.
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El curador de arte es un traductor artístico y cultural. Además de formación académica, debe poseer un agudo sentido crítico y selectivo al momento de organizar un conjunto artístico destinado a la exposición pública y al intercambio comunicativo. Por razones obvias, el curador es un intelectual, esto es, un productor de ideas: crítico o historiador, capaz de dotar de valor y sentido la productividad artística y ese hecho singular llamado “exposición”, siempre a partir de su selección propia, que es un ejercicio del criterio estético y cultural. Si traduce bien, debe propiciar vínculos múltiples entre el artista, la obra, el taller, la sala, el público y el mercado de arte. Solo así podrá hacer posible un reconocimiento de la obra y del artista en un contexto interpretativo como práctica social y comunicativa.
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En tanto que traductor, el curador es un lector, un intérprete, un estratega organizador y un investigador multidisciplinar: del artista, de la obra, de movimientos, estilos y tendencias, del contexto histórico y social de creación, del proceso de génesis de la obra y de todo dato relevante para proponer el valor artístico y material de la obra.
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Harold Bloom, el gran teórico y crítico literario norteamericano, sostiene que “el valor literario de una obra nunca es establecido por un crítico”. Se opone así a la concepción autoritaria de la literatura. Curiosa y paradojal afirmación de un pensador que tiene su propio canon. Alguien que, lo quiera o no, ha pasado a ser una especie de gurú, de oficiante, de oráculo, de dios tutelar de la crítica occidental. Con todo, basta cambiar de adjetivo, poner “artístico” en lugar de “literario”, y la frase sigue intacta en su valor y verdad.
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El curador curado. Con su práctica, el buen curador contribuye a establecer el valor artístico y material de la obra curada y exhibida. Sin embargo, hay que decirlo: al igual que el crítico literario y el crítico de arte, él mismo no establece ese valor, no ciertamente el estético. Esto es algo que escapa a su función, a su intención y hasta a su pretensión.
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Como traductor, el curador no establece el valor definitivo (y ni siquiera el temporal) de la obra o de la muestra, sino solo su sentido provisional. Su tarea es traducir, orientar y sugerir el posible sentido, nunca único, de la obra, de cada pieza individual y de la muestra en su conjunto: el sentido de aquello que podríamos llamar, de manera heterodoxa, el “texto visual”.
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“El curador dispone”. Sería mejor decir: el curador propone y el público dispone.

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