La Fundación Corripio Incorporada, gracias a la iniciativa de su presidente, don José Luis Corripio Estrada, entrega al público lector la segunda edición de «Bienvenida y la noche», con motivo de conmemorarse este año el centenario del natalicio de su autor, Manuel Rueda.
La primera edición fue realizada por la Fundación Cultural Dominicana hace veintisiete años y no había vuelto a publicarse, pese a las constantes peticiones de mucha gente interesada en leerla.
Ahora, en compañía de un selecto grupo de amigos y admiradores del recordado artista, ve la luz una segunda edición para celebrar esta crónica novelada que podemos calificar de exquisita y una de las mejores obras narrativas dominicanas de las últimas décadas del siglo veinte.
En esta oportunidad, citaré fragmentos del estudio preliminar que escribí en 1994. Cuando escuché por primera vez «Bienvenida y la noche», leída por Manuel Rueda a un selecto grupo de amigos en su oficina de «Isla Abierta», pensé en los misteriosos nexos que existen entre memoria y ficción. A simple vista, el autor quiso rescatar de las brumas de su memoria la boda de Rafael Leónidas Trujillo con Bienvenida Ricardo en 1927, tres años antes de su ascenso al poder. El acontecimiento tuvo lugar en Monte Cristi, entonces una pequeña población con ínfulas cosmopolitas.
Es realmente admirable el poder evocador del autor, testigo ocular, atento y curioso, que no había olvidado los detalles de ciertos decorados, los matices, gestos, conversaciones, miradas e incluso actitudes. En ese esfuerzo de rescate del pasado hay mucha idealización de la infancia feliz y tranquila, al amparo de una abuela respetable, verdadera matriarca que era dechado de fortaleza y magnanimidad de varias tías abuelas que fungían como parte de un coro solemne y de numerosas tías que revoloteaban en el hogar, impulsadas por sus aspiraciones juveniles.
Al recuerdo del autor se unen los recuerdos de su abuela y sus tías, contados y vueltos a contar a partir de entonces, y los recuerdos, dispersos y contradictorios, de un pueblo que ya no cesaría de comentar los pormenores de aquellos esponsales. Se trata, pues, de una memoria colectiva que el autor decantó a través de la suya, y que fue transformando mediante los recursos de la imaginación. Allí donde había huecos insalvables, el poeta cronista aportó datos que encajaban a la perfección en la lógica de su texto, o cambió, sin proponérselo, como ocurre con las flores del ramo de la novia, o el vestido que llevaba puesto el día de la boda, detalles que realzan la atmósfera de ensoñación que envuelve a los personajes principales.
Trujillo tuvo que vencer no solo la resistencia de los padres de Bienvenida, sino también encarar los rechazos de una minoría que objetaba la intromisión de ese advenedizo en el ambiente pueblerino, cuyas credenciales consistían en sus galones de coronel y en cierto poderío militar que fascinaba a las muchachas e infundía temor en mucha gente. La sociedad montecristeña no se dejó impresionar por ese ambicioso en busca de fortuna, y desde el principio quedó establecido un firme rechazo hacia su persona, como se puso en evidencia cuando le negaron el club para que celebrase un baile la víspera de su boda. El pueblo de Monte Cristi se convierte en esta crónica en ejemplo de comunidad reacia a dejarse conquistar por un intruso con aires de grandeza.
Doña Bienvenida Ricardo, de acuerdo con informaciones suministradas por el historiador Bernardo Vega, fue una esposa casi desconocida, que se mantuvo a la sombra en la vida de Rafael Trujillo. Tenía un corazón magnánimo que la llevó a interceder para salvar las vidas de dominicanos que habían caído en desgracia y se hallaban encarcelados, como es el caso de Ángel Miolán y Juan Isidro Jimenes Grullón, cuyos familiares acudieron donde doña Bienvenida en busca de clemencia. Ella logró que fuesen liberados, lo cual demuestra que influía positivamente en su marido.
En 1929, es decir, dos años después de la boda celebrada en Monte Cristi, nació Ramfis, hijo de Trujillo y de su amante María Martínez. A partir de 1932, Trujillo, ya en el poder, pasaba más tiempo con esta que con su esposa, quien fue apagándose hasta desaparecer por completo de los actos oficiales. Trujillo consiguió el divorcio en 1935, alegando que ella era incapaz de procrear, para casarse con María Martínez. Curiosamente, después del divorcio tuvo una hija con Bienvenida, llamada Odette, a quien reconoció.
Por presiones de María Martínez, doña Bienvenida fue enviada a vivir al extranjero. Residió primero en Nueva York y luego en Canadá. Casi desde los inicios de su vida conyugal con Trujillo, doña Bienvenida tenía problemas de salud, y durante sus años de exilio padeció estrecheces económicas que la obligaban a dirigirse al dictador en busca de ayuda. El final de doña Bienvenida se resume en un triste olvido en tierras extrañas, frías e inhóspitas, donde se hablan idiomas que no eran el suyo. Tuvo que pasar más de dos décadas alejada de sus familiares y de su querido Monte Cristi donde ella había vivido la ilusión del primer amor con un militar en proceso de ascensión.
El pueblo de Monte Cristi, al igual los padres de Bienvenida, rechazaba a Rafael Trujillo
Su final fue doloroso
Su final fue doloroso, muy opuesto al optimismo de juventud que se respira en las páginas de la crónica. Con palabras elocuentes, el autor recata una última imagen de Bienvenida, cuando la vio partir del brazo de su flamante esposo:
«Ya adulto, a una distancia de años en la que estos acontecimientos casi naufragan en un océano de vida que todo lo devora, recupero, débil, aunque punzante todavía, la atmósfera de ese dolor perdido, de esa escena en que Bienvenida se nos perdió en la noche para siempre».
Invito a todos a leer esta deliciosa crónica novelada de Manuel Rueda, un artista medular de nuestras letras, cuya obra sigue ascendiendo con el paso del tiempo.