Al P. Alfredo de la Cruz Baldera,
rector y pastor
Se trata de una biografía intelectual sin par en estos tiempos y en buena parte del siglo pasado. Me refiero a la obra magistral del profesor de filosofía de la universidad italiana de Perugia, Massimo Borghesi, aparecida bajo este título: Jorge Mario Bergoglio Una biografía intelectual (Madrid, Ediciones Encuentros, 2018). Difícil encontrar un trabajo tan esmerado, como bien documentado y riguroso sobre cualquier persona pública y pensador en el siglo pasado y en lo que va del presente.
A propósito de Jorge Mario, nombre de pila bautismal del Papa Francisco, Borghesi brinda la oportunidad de esclarecer varios malos entendidos, amén de comprender la mirada amplia y pluridimensional del primer pontífice salido de entre las filas de compañeros de Ignacio de Loyola.
Entre los malos entendidos, el primero y más extendido es que el mundo está ante un pontífice de poca monta intelectual, particularmente filosófica y teológica. Como si se tratara de un consabido “fake news” de las tantas que pululan hoy día, el error se fundamenta según el autor del libro en que la franqueza y jovialidad solidaria del Obispo de Roma es, tal y como este dice, “la sencillez como destino que presupone la complejidad de un pensamiento profundo y original”.
La dificultad para discernir dicha complejidad, -la de la dialéctica y la mística, según advierte el subtítulo de la obra de Borghesi-, reside en que el antiguo superior provincial de los jesuitas y posteriormente cardenal de Buenos Aires, Argentina, a diferencia de Juan Pablo II y Benedicto XVI, no llegó a Roma con un corpus claramente delimitado y justificado. Su producción académica aparece casi en su totalidad en forma de artículos, charlas u homilías, que han tardado años en compilarse y publicarse desde su elección.
Confiesa Borghesi, “cuando llegué a Argentina unos meses después de la elección de Francisco en 2013 para investigar mi biografía, los jesuitas literalmente tuvieron que quitar el polvo de los tres volúmenes de sus escritos de los años setenta y ochenta antes de entregármelos para fotocopiarlos”. Tras manosearlos y leerlos concluye taxativamente así:
«Al recorrer sus complejos escritos tempranos para mi biografía de Francisco, me di cuenta de que estaba en presencia de un intelecto asombrosamente de largo alcance, moldeado por un patrón de pensamiento con profundas raíces teológicas”.
Lo elaborado pero oculto del pensamiento del sucesor de san Pedro reside también en que, tal y como se lee en el prefacio de la obra de Borghesi, Francisco nunca ha querido hacerse pasar por académico: primero, debido a su propia aprehensión a la intelectualidad abstracta; y, segundo, por su interés como pastor de comunicarse en lenguaje llano y sencillo. Y más aún, para remate,
a diferencia de sus predecesores inmediatos -s. Juan Pablo II y Benedicto XVI- no llegó a Roma precedido por el aura intelectual de una tesis doctoral.
Aquel trabajo doctoral versaba sobre “la oposición polar” en Romano Guardini, autor del icónico libro de cristología: El Señor. La tesis fue elaborada pero no defendida. La comenzó a los 50 años de edad después de dimitir como rector del Colegio Máximo de San Miguel de Buenos Aires. No se inició en 1986 en Alemania y se abandonó después de unos meses, como algunos han afirmado, sino que la trabajó “intensamente” durante un período de al menos cuatro años. Sin embargo, debido a que ese período coincidió con una fuerte polarización dentro de los jesuitas argentinos sobre su liderazgo, el Padre Bergoglio nunca presentó y defendió la tesis antes de ser nombrado obispo en 1992.
A pesar de ese incidente, de acuerdo a la biografía intelectual que de él escribe Borghesi “se ha basado mucho en ella desde entonces”.
La profundidad y sistematicidad del pensamiento del Papa Francisco, tras la lectura del libro de Borghesi: Jorge Mario Bergoglio Una biografía intelectual (Madrid, Ediciones Encuentros, 2018), se descubre a través de tres diversas capas de sedimentos. La primera capa diríase que distrae y no lo favorece a nivel del pensamiento europeo con carta de ciudadanía. Más bien oculta su hondura porque, intelectuales católicos latinoamericanos como la filósofa argentina Amelia Podetti y el pensador uruguayo Alberto Methol Ferré, ambos muy influyentes en Bergoglio, están fuera de los mapas académicos del catolicismo europeo.
Ambos autores propiciaron la introducción de Bergoglio -segunda capa- a una enriquecida tradición jesuítica. En esa tarea coadyuvaron su profesor Miguel Ángel Fiorito y la lectura que los jesuitas Gastón Fessard y Karl-Heinz Crumbach hacían de los Ejercicios Espirituales de Iñigo de Loyola. Se trataba, dígase así, de un proceso en espiral vital y humanizante que le permitió descubrir y revalorar la mística ignaciana y el aprecio por la figura de Pedro Fabro.
Enraizado en esa tradición, asume a la Iglesia Católica como “coincidentia oppositorum”, entroncando así, por medio de Adam Möhler, con Eric Przywara, Henri de Lucac y el mismo Gastón Fessard. Como ha de entenderse y gustar, dicha coincidencia de opuestos es afín a su proyecto doctoral inconcluso de la oposición polar en Romano Guardini.
La tercera y -desde sí hacia fuera- más íntima capa constitutiva del pensamiento de Jorge Mario Bergolio, a la luz de su biografía intelectual, es el pensamiento dialéctico.
En efecto, Borghesi descubre un enorme entramado lleno de influencias, desde los jesuitas de Lyon en la década de 1950 pasando por Podetti y Methol Ferré y Guardini, hasta más recientemente Hans Urs Von Balthasar y Luigi Giussani. Pero indiscutiblemente, el autor italiano le da el mayor espacio al desarrollo de la dialéctica de Bergoglio pues, en medio de aquella coincidencia de los opuestos, constituye su «núcleo conceptual original».
La originalidad de dicho núcleo conceptual reside en ser «un pensamiento de reconciliación». Pero no de forma salomónica o irónica, optimista, ilusa o ingenuamente progresista, sino sistemática y erigida sobre la apertura, la compasión y -ante todo y sobre todo- el perdón.
En el corazón de su análisis está la noción de fusión de polos opuestos en un plano superior o trascendente. Pero atención, esa reunificación no responde al concepto hegeliano y tampoco al marxista. La superación (`Aufhebung´) de Hegel y la negación de la negación de Marx terminan en la privación de algo positivo que disfrutar en el espacio y el tiempo, puesto que al final se suprime todo lo anterior dando por resultado el vacío total, la penuria y la carencia absoluta.
Bergolio, acogido si no refugiado en el pensamiento y la tradición cristiana, escapa a ese reduccionismo mientras discerne lo que tilda de error, tanto en la dialéctica hegeliana, como en el marxismo y el positivismo lógico que domina la perspectiva occidental liberal. El error común al día de hoy yace en un universal que desconoce y prescinde de lo particular, en lo general y abstracto que triunfa sobre lo diverso y concreto.
De ahí el diagnóstico papal: en nuestra “actualidad histórica” (Fessard), la violencia reemplaza la paciencia, el juicio condenatorio a la misericordia, la separación y exclusión al perdón y compasiva convivencia.
En conclusión, si se me permite abusar del término aristotélico de `dialéctica´, en la dialéctica antihegeliana o católica, avalada por Möhler en Tubingen en pleno siglo XIX, y desarrollada más tarde en el siglo XX por Guardini y los jesuitas Przywara y de Lubac, el desenlace de todo conflicto según Bergoglio encuentra su modelo ideal en la Iglesia asentada en la piedra petrina: la comunidad eclesial es una coincidencia de opuestos perdonados, una diversidad reconciliada en la que (la gracia de) el Espíritu Santo auna a todos en un plano trascendente de elementos coexistentes gracias a una causa común a todos, e independientemente de que deseos e intereses particulares conserven direcciones opuestas.
Expresado en términos más actuales, dichas polaridades dinámicas son intrínsecas a la creación y reflejan una gramática divina de redentora reconciliación existencial y no solo conceptual.
Entre los malos entendidos, el primero y más extendido es que el mundo está ante un pontífice de poca monta intelectual, particularmente filosófica y teológica.