El pasado domingo, las izquierdas española e italiana, sobre todo la primera, sufrieron un contundente batacazo electoral. En España, el fantasma de la derecha y de extrema derecha avanzaba inexorablemente durante el discurrir en este último año, mientras la izquierda sacaba a flote sus peores lastres: infantilismo, sectarismo y su irrefrenable propensión a la división. El resultado ha sido que en las elecciones autonómicas y municipales del pasado domingo ha sido aplastada por el conservadurismo que se apoderó de las principales ciudades y de la casi totalidad de los gobiernos autonómicos. En Italia, las izquierdas sufrieron una inapelable derrota electoral y las fuerzas del neofascismo consolidaron su control del Estado. Esto obliga a una reflexión más allá de esos dos hechos.
En España, después de mucho titubeo de los fieles del PSOE sobre cuál sería el resultado de un Gobierno compartido con las colectividades que le están a su izquierda y de estas con los socialistas, se formaron la coalición izquierdista hoy en poder. Pero ha sido una cohabitación por momentos tensas en extremo. A esto se suma las interminables disputas internas de Podemos y de este con otras corrientes de izquierda, que han deteriorado la imagen del Gobierno, y de la izquierda toda, en un contexto de incremento de la fuerza de la ola conservadora en España y a toda Europa.
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Lo de Italia es peor. Cuando ese país tenía un partido, el comunista como referencia moral, intelectual y política de primer plano, y otro, el demócrata cristiano que totalizaban más del 70% del electorado, los neofascistas eran un puñado de nostálgicos marginales y repudiados, hoy son Gobierno. Eso nos obliga a plantearnos temas que son cruciales: ¿Cómo proponernos e impulsar un proceso de cambio siendo formados en el contexto del viejo orden? ¿Cómo producir un cambio sin los recursos humanos imprescindibles para hacerlo?
¿Cómo defender los recursos naturales de los depredadores sin tener los recursos humanos y materiales suficientes para hacerlo? ¿Cómo lograr una revolución cultural que haga sostenible un cambio, con maestros de escasa o nula formación? ¿Cómo superar las feroces luchas internas de las fuerzas del cambio? ¿Cómo cambiar este mundo del siglo 21 con las ideas del siglo 18?
No creo que alguien las tenga. Porque, en definitiva, no solo es la izquierda la que recibe batacazos electorales, como los del pasado domingo en España e Italia, también los reciben determinadas fuerzas liberales o de centro. Sin unidad, seguirán las derrotas electorales de los sectores progresistas.