CAMDEN A Federico García Lorca

CAMDEN A Federico García Lorca

I.-Llueve en Manhattan

y emerge

la verdadera ciudad.

Fluyen sus contornos

sus ventanas y puertas desbordando

la contienen.

Las miradas son lágrimas

su  océano.

II.-

Me ahogo en el alma

digo …el asma

pero nada impide que avance hacia ti

Walt amado

amado Whitman.

III.-

Corremos a/penas

por difusos túneles de niebla

el verde es solo presencia en la memoria

los árboles una proyección de sombras

reflejada en el aire.

Tiene que ser así

 para una hija del agua

Ochún que regresa

por los caminos de Oyá

hacia la rocosa vitalidad

de Walt Whitman.

IV.-

Reencuentro en la llorosa dimensión

de los sauces

de este peregrinaje

A José Martí

con su ojo desplazado

de caribeño sin verdes

 verde- verde que acarreamos

-maravillosa carga-

a ciudades y puentes

donde el hierro y el cemento ganaron la batalla.

“…A las puertas de la estación

de Nueva York.

millares de hombres, agolpados …

nos impiden el paso.

levántanse por entre la muchedumbre

cubiertos de su cachucha de azul humilde

las cabezas de los policías de la ciudad

que ordenan la turba”.

Los hombres “se perpetúan, amontonados

y jadeantes”.

“La ciudad toda se habla

en voz alta

como si tuviera miedo

de quedarse sola”.

V.-

Tú veías obreros felices

bellos hombres y mujeres

que aún no eran estas

marchitas sombras.

VI.-

Tú veías la victoria del hombre

sobre  el vidrio y el metal

donde Martí escuchaba

la resquebrajadura.

VII.-

Tú cantabas a las hermosas columnas

del puente Brooklyn

que victoriosas penetraban al Hudson

con plácidos y a veces violentos

orgasmos de agua dulce.

VIII.-

Cristo  de estos lares

Martí escuchaba el grito acumulado

de  los obreros que resbalaban y caían

y veía en las columnas

apilados huesos

insomnes calaveras

aplastadas aves

el leve paso de la masa

que cementaba sus orígenes.

IX.-

Un sol triunfante ilumina lo que queda

de tu calle

donde esos obreros felices

y esos cuerpos musculosos

son hoy reminiscencia.

X.-

Un anciano negro

con sombrero y barba larga

está sentado en los escalones

 de tu casa

Te saludo en él

¿Sera él ese  niño negro

que anunciaría a “los blancos del oro”

“La llegada del reino de la espiga”?

Pero no crece la espiga

entre en el asfalto

en este Camden donde hoy

“una danza de muros agita las praderas”

“ América se anega de máquinas y llanto”

y tú, “bello Walt Whitman”

duermes “a orillas del Hudson”.

XI.-

Detrás

de lo que fue tu patio

están las casas de tu tiempo

dilapidadas y lapidadas

con gruesas planchas de madera y de metal

que tapian

el olor a pastel de manzana

las plegarias que bendecían la mesa

el agua chorreando en las bañeras

las risas y las voces

de la infancia que subía y bajaba

de la vida

las escaleras

la música, la danza

el afán juvenil

los pausados pasos

de la maternidad.

XII.-

Esa no es tu América, Walt

es la de los negros esclavos

hoy bajo el látigo de las adicciones

tus pájaros son ahora de vidrio

que  en las oscuras aceras

yace roto, desparramado,  esparcido

en  rotos arcoiris.

XIII.-

La lluvia permite que ahora

entienda por qué el ingeniero del puente Brooklyn

 yacía inerte junto a un ventanal

en las colinas de Nueva Jersey

observando cómo se abría paso

 el puente que el gentilicio rechazaba

temiendo a las hordas de Manhattan.

Su mujer lo cruzó desafiante

cargando un gallo rojo

en el regazo…

XIV.-

José Martí supo por qué

pero tu Walt no lo viste

con tu ojo premonitorio de poeta

de una América que hoy suplanta el bosque

al final de tu calle

y amenaza el ventanal

de tu edad anciana

si es que alguna vez

anciano fuiste.

XV.-

Un  mulato joven

avanza vacilante

tiene el pelo largo y lacio

 y las facciones de indígena.

Suplica en correcto español

por un dólar, le damos dos

y se pone a llorar como un niño huérfano.

XVI.-

Esa es nuestra América Walt

nuestro Machu Picchu desplazado

a lo que queda de tu calle

por donde  arrogante asoma

ese otro Manhattan de acero

que es el corazón de Filadelfia.

XVII.-

Es una felicidad

nacer y morir a tiempo

cuando la isla era tuya aún

“¡Oh Manhattan my own, my peerless!”

Y, … “como delante de  un cojo”

pasaban volando las hojas de hierba

“la inmensa pasión de la vida,

su pulso y su poder”

callejero caos  donde la gente

“interminable, fluyendo, con voces fuertes  y pasiones”

eran “mártires hermosos, entrañas de la grandeza,

concierto de la fábrica eterna

grumos de gloria”

Manhattan

donde  “la ciudad nueva

era un campo de amor robusto”

y los ojos  “carne y oferta de pasión”.

XVIII.-

Es una felicidad nacer

y morir a tiempo

cuando tu calle se llamaba

 Mickle Boulevard

Y no Avenida

Martin Luther King.

Publicaciones Relacionadas