¿Capitalismo estético?

¿Capitalismo estético?

En las condiciones actuales, todo contribuye a obnubilar el movimiento fundamental que tiende a dedicar la riqueza a su función, al don, al despilfarro sin contrapartidas. El caso más patético ocurre en los países más industrializados: Estados Unidos, Francia, Alemania, China, Japón…

La ciencia y la tecnología como expresiones máximas del capitalismo no representan actualmente ninguna crisis de ese arduo sistema político. En lugar de anunciar a largo plazo su terrible fracaso, ha logrado hasta hoy su realización más radical y extrema, su lógica fundamental.

De acuerdo al análisis de Gilles Lipovetsky, la expresión del capitalismo a través de la técnica no hace necesariamente indiferentes a los hombres, como quizás lo hizo o lo hace actualmente con las cosas. Hay fracaso o resistencia al sistema, la apatía no es un efecto de socialización sino una nueva socialización flexible y “económica”, una descrispación urgente y “cool”, para el funcionamiento del capitalismo moderno en tanto que sistema estético en tanto que sistema “experimental”, acelerado y sistemático. Fundado en la combinación incesante de posibilidades inéditas, el “capitalismo estético” encuentra en la indiferencia una condición ideal para su experimentación operando en la técnica al máximo de posibilidades e innovaciones, que pueden cumplirse con un mínimo de resistencia.


Georges Bataille encontró en tal resistencia la verdadera “parte maldita” de este sistema. Lo importante aquí, entonces, en primer lugar, no es ya desarrollar las fuerzas productivas (como erróneamente pensaron siempre los marxistas más ortodoxos y canónicos), sino gastar lujosamente sus productos. Ese carácter paradójico queda subrayado por el hecho de que en el filósofo francés, el punto culminante de la exuberancia queda de cualquier forma velado.


En las condiciones actuales, todo contribuye a obnubilar el movimiento fundamental que tiende a dedicar la riqueza a su función, al don, al despilfarro sin contrapartidas. El caso más patético ocurre en los países más industrializados: Estados Unidos, Francia, Alemania, China, Japón… De una parte, el incremento masivo de la empresa multinacional guerrerista y su secuela agónica, caracteriza este momento como extraño, hostil, absoluto, en términos bataillanos, como una exigencia de lujo. El movimiento que la reivindica incluso es una protesta contra el lujo de las grandes fortunas, hasta el punto de que estas reivindicaciones se hacen en nombre de la justicia.


Todos los aparatos dispositivos enajenantes del capitalismo, y su avanzadísima tecnología cibernética hacen posibles grandes fortunas en un tiempo mínimo. Las veleidades e inconstancias del capitalismo ya no encuentran los apoyos y fidelidades tradicionales; las combinaciones o hurtos se hacen y se deshacen cada vez más de prisa. El sistema del “por qué no” se vuelve puro como la indiferencia, ya sistemática y operacional. De este modo, la apatía hace posible la “aceleración” de las experimentaciones, de todas las experiencias técnicas de hurto. Últimamente, sobre todo, a través de la virtualidad clonativa se han reproducido orgiásticos orgasmos sin placer. Bostezo de un sexo ya vacío e indiferente. Hastío de su vertiginoso acto. Vivimos la era de los ciberpunks intrasexuales: réplica patética de las clonaciones semejantes e idénticas como un espejo vomitivo y repudiable de la cópula. De lo patético a la instrumentación. De la energía del vicio insustituible a la “energía mecánica de producción”. La verdad es que el reclamo no aparece para compensar ninguna pérdida ni para llenar el hueco dejado por ningún imaginario: comenzó por estetizar, por poetizar los bienes de consumo de masas.


Este nuevo cambio, de esa fuerza “diabólica” de cambio, de esta energía moral de transformación a través de la técnica, hacia y contra todos los sistemas de valor, ha experimentado en los últimos años un creciente apogeo y esplendor, especialmente en los Estados Unidos. Pese a su moralidad, su puritanismo, su obsesión virtuosa, su idealismo pragmático, todo cambia allí irresistiblemente de acuerdo con un impulso que no es del todo del progreso, lineal por definición; no, el auténtico motor es la abyección de la circulación libre. Asocial y salvaje todavía hoy, refractario a cualquier proyecto coherente de sociedad; todo se verifica, todo se paga, todo se hace valer, todo fracasa. Hasta los inventos más geniales no encuentran, hasta cierto punto, su realización plena y gozosa, sino es a través del espectáculo y la teatralidad transfigurada.


Así, los bienes de consumo corriente aparecen como productos-moda. Este acercamiento no es reciente, pues muchos artistas se dedicaron, ya en el siglo pasado al “arte kitsch” a través de la manipulación del gusto literario.


Esta clara perspectiva de abyección y apropiación desesperada del capitalismo, que ya había sido anticipada sabiamente por Max Weber a través de la poética protestante, en el apogeo máximo y atroz de acumulación originaria del capital, busca crear un nuevo sentido en favor del destino tecnológico del mundo; regia y sólida exclusión afectiva del sujeto. La dinámica y transparencia de esa terrible idea, tiene sus precedentes más recientes e inmediatos en el desarrollo pleno del Renacimiento.

Así, veremos luego como muchos científicos y artistas intentarán aliar, muchísimo antes también, la ciencia con el arte por la intuición y el pensamiento. Contrariamente a lo planteado por Platón, esa misma ciencia fue una suerte de artesanía o “tecné” en la antigüedad, que no sólo servía para perfeccionar o educar al hombre, sino también para crear nuevas imágenes de lo que actualmente sería hoy el capitalismo. A partir de ahí, sólo me queda, finalmente, decir que las ciencias en las sociedades más capitalistas e industrializadas, expresan la necesidad de una interpretación originaria que ellas por sí solas no logran realizar.

Fue Vico, quien precisamente en el siglo XVIII le dio un giro al contenido deshumanizante y patológico de la ciencia. Pretendió crear una nueva poética a través de novísimos puentes comunicantes con aquélla. Sugirió la llamada “nueva ciencia” y una poética de las cosas en todos los géneros del ser, la cual se hacía verdaderamente lógica en cuanto redimensionaba las cosas en todos los géneros de su significación. Allí predominaba un saber en plenitud, como expresión soberana y heroica del espíritu.

Siglos después apareció el alegórico margen o límite. Lo que se conoce como concebido, reconocido, planteado, declinado según todos los modos posibles; y desde este momento al mismo tiempo, para disponer mejor de él, la ciencia termina por transgredir sus propios límites. Se ha apropiado, pues, del concepto (la ciencia), y ha creído dominar el margen de su volumen y pensar su otro (la poesía).

Pero si los mecanismos de hibridación se ponen en marcha tanto en la economía como en el arte, el paralelismo tropieza pronto con límites. Así como la incorporación del paradigma estético a la economía ha transformado la organización del capitalismo, la cultura y los modos de vida, las prácticas del “arte económico” aparecen como epifenómenos sin apenas repercusión. “El capitalismo artístico”, según Lipovetsky, ha cambiado de arriba abajo los objetos y los signos de la vida cotidiana al mismo tiempo que las miradas, la sensibilidad y las aspiraciones de la inmensa mayoría. No puede decirse lo mismo de la preocupación por la economía del arte actual, que se revela incapaz de mover nada, ni siquiera la curiosidad cultural. En un caso, la promoción del “modelo transestético” ha permitido el advenimiento de un nuevo mundo: en el otro se trata casi siempre de pequeñas parodias o subversiones libertarias que no afectan a nadie, juegos de artistas que no tienen consecuencias económicas ni artísticas: artilugios de efectos invisibles.

Actualmente hay infinitamente más revolución en la economía que en el arte: es el “capitalismo artístico” y no el arte de vanguardia el que puede reivindicar la idea de “cambiar el mundo”.

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