“Catarsis: del lat. Mod. Catarsis, y éste del gr. κάθαρσις kátharsis ‘purga’, ‘purificación’. 1. f. Entre los antiguos griegos, purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza. 2. f. Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones. 3. f. Purificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda. 4. f. Biol. Expulsión espontánea o provocada de sustancias nocivas al organismo.”
Diccionario de la Real Academia de la Lengua.
Publicar es un ejercicio extraordinariamente sobrevaluado. He leído muchas de esas historias, una reciente sobre la situación de los escritores en España. Todo empieza, por supuesto, por escribir, lo que no es tan fácil como parece. Producir un texto de doscientas cincuenta páginas –una novela, digamos- que simplemente haga sentido, es una labor respetable. Exige, lo que menos –no vamos a hablar de talento y esas cosas-, una tenacidad y perseverancia muy por encima de la media. Largas, largas horas de revisión, que son más penosas que las de redacción. Por muchas razones, rehacer es más complicado y laborioso que hacer. Bien, listo. Ahí está el texto, el manuscrito, revisado y con la opinión favorable de más de un experto. Viene la fase de encontrar editor, es decir, la persona que va a adelantar el dinero de los gastos esperando una ganancia futura resultado de las ventas. Si no aparece un editor –y las razones para que no aparezca son muchas-, tiene el autor que hacer una edición “privada”, es decir, pagada por él con recursos que contrató personalmente. Por un camino o por el otro, se publica el libro. Es decir, si es que se publica. Este es el gran momento de expectación, los quince segundos de adrenalina: ¿se vendió, gustó? La tasa de éxito debe ser más baja que con los jugadores de fútbol. Uno de cada cien mil libros se puede llamar un éxito editorial. Todo el resto se queda atrás. De mucho nadie nunca se enteró. Queda sepultado en el desconocimiento, el pasado, el olvido. Y así mismo se siente el escritor: incapaz, frustrado, fracasado. Entonces, ¿por qué lo hace? ¿Por qué acometer una empresa con tan magras posibilidades de éxito? ¿Los “espíritus animales”? (Keynes llamaba así a la tendencia congénita de los hombres a hacer algo antes que a mantenerse en reposo. Lo aplicaba a la empresa productiva) Porque definitivamente debe haber un motivo.
A todos los escritores les ha ocurrido que, en un momento particular de inspiración, sienten que dieron con la clave. – Ahí está, eso es. Exacto. O ¡eureka!, como dicen que decían los griegos. Puede ser la imagen, o la rima, para el poeta. La relación causal, para el cientista social. El pasaje, para el novelista. La ecuación faltante, para el matemático. El punto es que, ¡lo tengo! Exacto, eso es. Esa es la explicación del asunto. Deja apresurarme a escribirlo. No obstante, con calma. Extender lo suficiente el argumento, utilizar palabras simples pero adecuadas. Armar bien la trama. Concluir claramente. Y luego: ¡nada! ¡No sucede nada! Y uno que esperaba que con esa observación, con ese análisis, con ese descubrimiento, las cosas se iban a reacomodar como tras un terremoto. ¡Y nada! Un par de comentarios simpáticos, mucha gente con posturas críticas. Un amigo que llama para contarte lo que él piensa. Pero, objetivamente, en concreto, nada. Al día siguiente el olvido se lo tragó todo. Y el nuevo día parece realmente nuevo. Todo en su lugar acostumbrado. ¿Por qué hacerlo?
Sirve mirar a los lados. Nuria – es ocioso precisar de quien se trata- ha acumulado a lo largo de muchos años cientos de denuncias de ilícitos de distintos tipos y calibres, apoyadas todas con pruebas verificables. Todavía recientemente la escuché tronar indignada con el caso de los Tucanos, que entra y sale según lo que sucede en Brasil. Y no pasa nada. Las declaraciones del día son que el gobierno garantiza que no faltará telera en el fin de año (¡!!). No pasa nada, nadie dice nada ni siquiera sobre el absurdo de estas declaraciones. Si no ha podido Nuria, con que yo escriba un par de pendejadas…
El punto es que falta una variable importante en la ecuación. Yo mismo no voy a cometer el error de decir que la tengo porque, entre otras cosas, no la tengo. Aunque puedo imaginar por donde anda. Empieza por dos cosas: desalojar la causalidad lineal de los acontecimientos: la causa a induce el resultado b, etc. Dos, meternos nosotros mismos en la problemática: nosotros, todos, somos parte del problema (es cuestión de método, no moral). Entonces, nosotros –no otros, no “ellos”, no “los partidos políticos”, etc.- no hemos encontrado las vías de cambio. Los procesos sociales son circulares y exhaustivamente inclusivos –nadie queda fuera-. De ahí la estabilidad del sistema, entre otras cosas, porque calladamente no estamos dispuestos a renunciar a las beneficios que sí nos reporta. Por ejemplo, queremos honestidad en el ejercicio de la política pero sin que nos signifique participación ni sacrificio como ciudadanos. Es algo que los políticos nos debían regalar. Etc.
Entonces, ¿para qué seguir? Cualquiera de los acartonados que andan por ahí hablaría de Martí y la satisfacción del deber cumplido. Nada que ver. Es más lo que dice Wilde: “el artista sabe que lo es cuando no puede dejar de serlo.” Pura catarsis. Para no explotar. Porque no va a cambia nada… hasta que cambie.