Catarsis

Catarsis

Guido Gómez Mazara

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Tenía dos décadas sin ocupar una posición en la administración pública y estoy gratamente sorprendido de los avances en términos institucionales, de transparencia, procesos y calidad del servidor público. No obstante, la cultura clientelar genera un sello perturbador en las relaciones con los seguidores, simpatizantes y gente que siempre anduvo apoyándote en los ajetreos partidarios. Un decreto no puede ser visto como la oportunidad de calcar hábitos que desde el litoral opositor se cuestionaban. Por el contrario, el ojo ciudadano y el «click» de las redes sociales siempre estará disponible para evidenciar inconsistencias. De ahí la inicial inconformidad con el circuito cercano de activistas partidarios, con méritos sobrados y lealtad inigualable, pero no muy atentos a las transformaciones del andamiaje legal del Estado que limita, restringe y hace pasible de procesos a todo el que intenta saltar la norma y parámetros éticos en nombre de una retribución política.

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Los dilemas e incomprensiones serán salvables en la medida que las organizaciones inviertan mayor tiempo en el adiestramiento en las tareas públicas de sus militantes. Alcanzar la victoria en los torneos electorales no puede traducirse en la simple mecánica de ocupar un puesto público sino contribuir con la transformación de hábitos que han moldeado la forma de hacer la política y ejercer el poder. Además, la trascendencia de una función en el aparato estatal no se consigue por la vía de alimentar la clientela, grandes inversiones en estructuras propagandísticas, y un simple análisis de los precedentes que fracasaron revelan a todos los insistentes en el método y de resultados espantosos.

Un auténtico servidor público con alto sentido de responsabilidad debe priorizar el impacto de su desempeño en la sociedad y su capacidad transformadora en el marco de su gestión. Eso sí, priorizar la noción de eficiencia, no puede confundirse con un abandono, desdén y olvido de compromisos y lealtades derivada de años y esfuerzos. Ahora bien, la nómina pública no puede ser la única modalidad de servicio y espejo de retribución. Admito que, tanto avanzó esa noción clientelar, que abonó el terreno de única vía de hacer la política. Modalidad terriblemente arraigada y, sin darnos cuenta, fuente por excelencia del desgano ciudadano porque no perciben elementos distintos en el abanico de ofertas.

Luchar contra los hábitos malsanos y la cultura clientelar tiene un alto costo. Ejercerlo, traerá dificultades y malentendidos. Al final, es un asunto de conciencia y evitar escándalos futuros que degraden al servidor y a los suyos. De ahí, lo urgente y necesario de resistirse al distorsionado criterio de que la nómina pública representa la única oportunidad para el dislate y locuras administrativas, en capacidad de colocarnos más cerca del escarnio que de la gloria política.

Una catarsis siempre es buena, no como descarga y respuesta íntima al acoso estructurado alrededor de un puesto público sino de declaración de principios y criterios, a riesgo de provocar el desagrado de un porcentaje de tus compañeros y colaboradores.

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