Si alguien necesitaba una prueba documentada, más allá de la experiencia empírica, de lo que sabemos a ciencia cierta porque es una realidad con la que convivimos desde hace décadas, de la normalización del clientelismo ahí está, a su entera disposición, la Encuesta de Cultura Democrática (ECD) dada a conocer por el Ministerio de Economía y la UASD.
Esa encuesta nos dice, aunque por lo señalado anteriormente no tengamos derecho a la sorpresa, que el 80.4% de la población encuestada está de acuerdo con la concesión de puestos de trabajo y contrataciones públicas a quienes respaldaron activamente (es decir que “se fajaron”, para decirlo en lenguaje politiquero) la campaña electoral del candidato ganador de las elecciones.
Puede leer: Cinismo selectivo
Esos datos, al igual que el que se refiere a los altos niveles de tolerancia social hacia la corrupción a pesar del daño que provoca el flagelo, con frecuencia comparado con el cáncer, han provocado gran revuelo, pero más allá de los comentarios, discusiones y reflexiones que ha provocado la encuesta las cosas no pasarán de ahí. Y es que el clientelismo, al igual que la corrupción, llegaron para quedarse, ya que sus principales beneficiarios, que no son otros que los políticos que nos han gobernado y los que aspiran a gobernarnos, no dan muestras del mas mínimo interés en cambiar una realidad que les permite acumular fortunas y privilegios para ellos, sus socios y cómplices.
Pero alguien debe decir, aunque no sea a modo de justificación, que ese clientelismo, que según la encuesta de cultura democrática compromete la calidad de la democracia y debilita la relación entre el Estado y la ciudadanía, es también una de las razones, sin duda paradójica, de que hoy por hoy podamos decir, contrario a lo que ocurre en otros países de la región, que en la República Dominicana tenemos partidos fuertes por los que la gente acude a votar masivamente en cada proceso electoral. ¿Hasta cuándo durará eso? Esa es la pregunta del millón de dólares.