El 4 de noviembre del 2022 es recordado como día de desastre. Muertes, desapariciones, cuantiosos daños materiales. Desde el atardecer las lluvias diluvianas perturbaron a la ciudadanía.
Plazas comerciales, viviendas, vehículos, fueron afectados de manera dramática por el agua incontrolable que buscaba cauce y enfrentaba toneladas de escombros, imbornales taponados por plásticos, botellas, desechos de la falta de responsabilidad cívica, de la imprevisión y de la absoluta ausencia de consecuencias.
Las imágenes de la desesperación y el desamparo se reproducían por doquier. Aquello quedó en el recuerdo de los afectados y en el olvido colectivo. Las proclamas oficiales disminuyeron, relegadas por otras pendencias. ONAMET calificó como extraordinaria la cantidad de lluvia.
La directora del organismo reveló que las precipitaciones caídas durante tres horas superaron las previstas durante el mes.
La vida continuó, algunos atrevidos decían “son los drenajes, tonto” parodiando aquello de “es la economía, imbécil”.
Pasaron los días, de nuevo los aguaceros, las calles inundadas. Como siempre, basura flotando en los mismos rincones y vertederos improvisados, propios del paisaje urbano. Urge el alcantarillado en “El Gran Santo Domingo”.
EL presidente anunció su realización y reconoció que el proyecto ha sido postergado «porque no se ve para fines de posicionamiento político».
Gracias a su popularidad asumirá la ímproba tarea. El anuncio fue hecho en agosto, faltaban dos meses para otro estremecimiento.
Los desbordes de ríos, de cañadas, las marejadas, son recurrentes en el territorio. Ambientalistas denuncian de manera cotidiana e inútil, manglares y corales destruidos, sierras urbanizadas, árboles talados, bosques quemados, fuentes de agua maltratadas y no provocan reacción contundente. Y así asomó noviembre que desafía a mayo y compite con chubascos y devociones. El aviso de peligro, antes del 18, fue desoído. Los meteorólogos advertían, también ONAMET.
Tranquilos, esperamos la catástrofe y ocurrió. Resultado: muertos, pérdidas millonarias, crecidas inmisericordes con los desposeídos. En el Distrito Nacional quedará, para el discurso político, el derrumbe del muro en el paso a desnivel de la avenida 27 de febrero, esquina Máximo Gómez. Asignación de culpas para ganancia electoral y demérito del perverso pasado.
La calamidad obligó un decreto post conmoción. El poder ejecutivo suspendió labores que debieron suspenderse antes. En LA Semanal, un montaje espectacular con fondo acuoso, permitió anuncios y revelaciones propias de “La Verdad Incómoda” de Al Gore.
El cambio climático es responsable de todo lo que ha sucedido y sucederá. Las causas antropogénicas quedaron aplazadas. La naturaleza manda, luce que el apocalipsis llegará sin remedio.
Empero, existen intervenciones urbanas, capaces de mitigar efectos de la fuerza irresistible de la naturaleza, verbigracia “La Nueva Barquita”. Para aplacar reclamos y apaciguar el espanto causado por las tragedias, la panacea ha sido la creación de una “Comisión de Supervisión de Infraestructuras Públicas ante el Cambio Climático”.
La Comisión parece suplantar la función de ministerios existentes y engaveta la política de “Gestión del Riesgo de Desastres” y la “Estrategia Nacional frente a Desastres”, incluidas en el Programa de Gobierno del PRM. Otra vez, la emocionalidad sustituye la institucionalidad. Ganar la batalla de la incompetencia no es triunfo para nadie.