Como fui “Macarao” me estremeció más lo de Salcedo

Como fui “Macarao” me estremeció más lo de Salcedo

Teófilo Quico Tabar

Aunque he pasado la mayor parte de mi vida en la capital, nací y me crié en Salcedo. Un pueblo con mucha historia, en el que a pesar de las diferencia de ideas en cualquier aspecto, nos desarrollamos en un ambiente de sana convivencia con los compañeros o amigas de distintas clases sociales.

Cuando me enteré de lo ocurrido en el llamado carnaval de Salcedo me conmoví. Como humano, como Salcedence y porque fui “Macarao”, como se les llama en Salcedo y otras ciudades del Cibao a los que se disfrazan. He hablado casi todos los días con los amigos de mi generación que quedan allá dándole seguimiento al tema y todo es tragedia y confusión. De lo cual, solo el descuido y la falta de previsión pueden ser los responsables. Y eso es lamentable.

En la década de los 50 del siglo pasado casi todos los muchachos de Salcedo, hembras y varones, asistíamos a la misma escuela, liceo o normal. Establecimos relaciones humanas con los hijos de comerciantes, empresarios, médicos, abogados, zapateros, pulperos, chiriperos, agricultores. Lo que de alguna manera nos permitió desde temprano comprender mucho mejor la composición social dominicana. Y aunque no había diferencias dentro de las aulas ni fuera de las mismas, nos dábamos cuenta de algunas restricciones. Pero casi a todos nos gustaban aquellos carnavales románticos y espontáneos.

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Entre los amigos de esos tiempos había uno que otro fanático de las máscaras, los cuales me entusiasmaron con la idea de disfrazarme. Pero no era solo disfrazarnos de “Macarao”, sino que en ese entonces nosotros mismos confeccionábamos los disfraces y las caretas. Era una tarea hasta cierto punto discreta, porque era importante mantener oculta la identidad como sorpresa, aunque luego todos sabían quiénes éramos.

En materia de carnaval tuvimos un líder, el famoso Tatín. Un excelente ebanista que daba mantenimiento en la iglesia a toda la ornamenta de madera preciosa. Era un acróbata que impresionaba a todo el mundo. Igualmente Nison Acevedo, con quien mantengo permanente comunicación, y Mena, del que no sé hace mucho tiempo, quienes me enseñaron a hacer los moldes para la caretas y a pegar los papeles crepe o celofán al pantalón y camisa. Algunos usaban papel periódico. Además, teníamos que ir al matadero a buscar las vejigas de toros y cerdos para inflarlas y secarlas.

En esos años no había la parafernalia actual en los carnavales. No existían los patrocinios ni las competencias comerciales. La idea era salir los domingos a partir del mediodía por las calles y los barrios hasta terminar en el parque. Brincando, dando vejigazos a los transeúntes y tratando de provocar sorpresa o temor. Con códigos de ética, como la prohibición de darle a una mujer o que con la vejiga se les pudiera levantar las faldas.

Esa tragedia que cobró vidas humanas mueve a la reflexión. Y además preguntar ¿Para qué carajo había que jugar con candela sabiendo que los disfraces de Salcedo son hechos de papel? Si van a quemar fuegos artificiales, háganlo lejos del la gente. Ahora todo es lamento. Todos saben lo que pasó, pero nadie lo previó. Nos unirnos al dolor que embarga a las familias de Salcedo y elevamos plegarias a Dios para que los ilumine.

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