Se habla de agresividad cuando alguien provoca daño a otra una persona u objeto. Se trata de una conducta intencionada y puede manifestarse con daño físico o psíquico.
En el caso de los niños, la agresividad se presenta generalmente en forma directa, ya sea en forma de acto violento físico (patadas, empujones,…) como verbal (insultos, palabrotas,…).
“Pero también podemos encontrar agresividad indirecta o desplazada, según la cual el niño agrede contra los objetos de la persona que ha sido el origen del conflicto, o agresividad contenida, según la cual el niño gesticula, grita o produce expresiones faciales de frustración”, explica la psicóloga familiar Indhira de la Cruz, del Centro de Aprendizaje y Psicología (CAP).
De la Cruz resalta que los arrebatos de agresividad son un rasgo normal en la infancia, pero algunos niños persisten en su conducta agresiva y en su incapacidad para dominar sus emociones.
“Este tipo de niños hace que sus padres y maestros sufran, siendo frecuentemente niños frustrados que viven el rechazo de sus compañeros, y no pueden controlar su conducta”, indica.
Causas. La especialista señala algunos factores que pueden influir en la conducta agresiva de un niño. Entre ellas se destacan poca tolerancia a la frustración si los deseos no están cubiertos, derivada en muchos casos de padres sobreprotectores, temperamento innato y hereditario, disciplina muy autoritaria y severa con castigos no justificados con coherencia, falta de afectividad, falta de reglas en la disciplina y apego inseguro (provocado por la separación de los padres, cambios de domicilio, cambios de colegio…).
“La televisión y los videojuegos desempeñan un papel importantísimo en la transmisión de modelos violentos en la sociedad actual, por lo que es necesaria una educación correcta para utilizar los medios audiovisuales de manera adecuada”, aconseja la psicóloga.
Otra de las causas podría ser el trastorno por déficit de atención con hiperactividad e impulsividad, que “puede predisponer al niño para la aparición de conductas agresivas”.
Además, Indhira de la Cruz señala que esta conducta también podría deberse a modelos familiares inadecuados.
Y es que “la agresividad puede aprenderse en el ámbito familiar. Si reñimos al niño porque pega y lo hacemos dándole un azote, se quedará confuso y hará lo mismo. Los niños interiorizan este tipo de comportamientos y los reproducen”, sostiene.
Modificación de la conducta agresiva. En el caso de que sea persistente su comportamiento agresivo, el niño debe estar sometido a un profesional especializado para llevar a cabo un programa para cambiar esa conducta.
“Debemos tener en cuenta que los cambios no van a darse de un día para otro; necesitaremos mucha paciencia y perseverancia si queremos solucionar el problema”, asegura De la Cruz.
La modificación de la conducta agresiva pasará por varias fases que irán desde la definición clara del problema hasta la evaluación de los resultados.
Las fases son definición de la conducta (qué está haciendo el niño exactamente); frecuencia de la conducta; definición funcional de la conducta (conocer qué la provocó) y examinar los datos específicos de los ataques (por ejemplo, en qué momentos son más frecuentes).