Es la crónica de una complicidad anunciada, y por lo tanto esperada. Por eso nadie saltará de la sorpresa al enterarse de que, según consta en la acusación del Ministerio Público, el jefe operativo de la red de narcotráfico y lavado de activos desarticulada con la Operación Falcón tenía nexos con los organismos de inteligencia del Estado.
La acusación señala que José de la Cruz, quien voluntariamente aceptó ser extraditado hacia los Estados Unidos, mantenía vínculos estrechos con un general que fue inspector de inteligencia de una institución castrense.
No se revela, sin embargo, el nombre de ese oficial ni la institución a la que servía, se supone que para no entorpecer una investigación que en esta parte del proceso continúa abierta.
Pero se espera, porque ya dijo el presidente Luis Abinader que en este caso no habrá vacas sagradas, que llegado el momento oportuno será identificado y sometido a la justicia, si es que hay pruebas que demuestren su participación en la red delictiva.
Ese oficial no debe ser el único que pudo proteger o facilitar sus operaciones, pues una organización tan grande, que movió tanto dinero durante tanto tiempo, tuvo que ser favorecida, necesariamente, por toda una estructura que desde los organismos oficiales, tanto civiles como castrenses, le ofreció protección y colaboración aunque solo fuera mirando para otro lado o poniendo a sus cabecillas oportunamente al tanto de las acciones de persecución en su contra.
Ya ocurrió así con César el Abusador, y parece que también con el cabecilla de esta red, todavía prófugo.
Si esa estructura no se toca, si no se identifican y persiguen esas complicidades y connivencias, solo se habrá hecho la mitad del trabajo, por lo que muy pronto tendremos por aquí a los cabecillas de otra red criminal que encontrará aliados naturales y bien dispuestos en las instituciones oficiales llamadas a perseguir y enfrentar la hidra de siete cabezas del narcotráfico.