A pesar de la intensidad que en los tramos finales de campañas electorales suele cobrar el uso de propaganda negativa y de denuncias sensacionalistas con preferencia por las más descabelladas, ninguna subjetividad obnubilante impediría ver que el proceso ha marchado satisfactoriamente; que la Junta Central Electoral y el Tribunal Superior Electoral están llenando sus cometidos respetando a todas las partes. Con ejercicios administrativos, de un lado, y los contenciosos, de otro, en los que han reafirmado su absoluta desvinculación de objetivos particulares. Con atención a propuestas y recriminaciones de los competidores a veces elevadas como palma de fuego riesgosamente tardía en el umbral de las urnas para exigir cambios en las reglas de juego que fueron aceptadas por consenso con los mismos entes que ahora las objetan.
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Por encima de temeridades e intransigencias que podrían tomar cuerpo al acercarse la hora cero, los liderazgos cívicos que representan sectores de la vida nacional alejados de los sectarismos y preocupados por sus legítimos intereses, incluyendo las dignidades eclesiásticas, no solo expresan respaldo absoluto a la JCE y al TSE sino que reclaman que el resto de las entidades de esta colectividad los apoyen. La retórica inquietante debe permanecer fuera para que la gente acuda a las urnas sin miedo a los estallidos callejeros a cargo de gente exhortada a usar la violencia «a su mejor parecer». ¡Fuera los temores por descarríos que podrían motivar abstención!