El presidente Luis Abinader debería considerar el posible congelamiento de las relaciones oficiales y diplomáticas con Haití, hasta tanto la nación vecina presente un Gobierno civil, democrático, salido de las urnas y en capacidad de hablar a nombre y en representación de las instituciones políticas haitianas.
Porque la principal lección aprendida de la crisis derivada de la construcción del provocador canal haitiano sobre el río Dajabón o Masacre, es que en Haití no hay Gobierno civil capaz de imponer la Constitución y las leyes; esa nación se encuentra hoy gobernada por bandas armadas que imponen el terror y un sistema violento de secuestros, asesinatos y extorsión, que actúan movidos por los intereses de grupos económicos sin rostro, que se mueven a la sombra, imponiendo decisiones sin consideraciones del derecho internacional o tratados bilaterales, como el firmado con la República Dominicana en 1929.
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La vigencia del temeroso primer ministro Ariel Henry ha sido reducida a un rol de títere, una amenazada pantomima que, para sobrevivir en el circo haitiano, está compelido a justificar y obedecer el accionar político de las bandas y sus socios comerciales, propietarios de la controversial obra acuífera. Sin embargo, la inestabilidad, violencia y ausencia de gobierno, están supuestos a cambiar con la llegada de la misión internacional de paz en Haití, auspiciada por la ONU y liderada por Kenya, cuya aprobación se debate en el Consejo de Seguridad.
Mientras tanto, la profundización de la implosión haitiana ha sido planteada por el tenebroso político Claude Joseph, artífice de la desestabilización y enemigo jurado del pueblo dominicano, quien informa sobre una supuesta iniciativa de la comunidad internacional para la dimisión de Henry, tan pronto como el 7 de febrero 2024, que causará el definitivo vacío de poder.
En el ínterin, Abinader debería considerar la suspensión de las relaciones a la luz de los eventos provocados en la zona fronteriza, terminar el muro, fortalecer la política migratoria y reconsiderar las ayudas y programas de cooperación existentes. Coincido plenamente con el mandatario, en el sentido de que, a partir de ahora, las relaciones entre República Dominicana y Haití jamás serán las mismas, donde la generosidad dominicana es ostensible.
Haití no reconocerá el hecho ilícito cometido, tampoco dará una explicación satisfactoria por la cual debería pagar una reparación del territorio usurpado o el pago de los daños y perjuicios incurridos sobre el río Dajabón. Mantener la frontera cerrada y congelar las relaciones, serían medidas correctas.