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Contrario a lo que fue el enfoque de los grandes sociólogos estadounidenses Talcott Parsons y Robert Merton, la corrupción no debe ser vista como una disfunción o falla del sistema social, ya que ésta ha devenido en parte esencial del sistema, acaso su propia esencia y razón de ser.
En términos hegelianos y marxistas, vendría a ser el motor dialéctico de la sociedad tipo occidental de nuestros tiempos, y acaso lo más visible de países como el nuestro, no ya en vías de desarrollo, sino en pleno “desarrollo de un tipo de subdesarrollo”, como hubiesen dicho teóricos de la evolución de los países del tercer mundo. Modelo evolutivo éste que incluso se ha convertido en el prototipo hacia el que tienden países actualmente desarrollados.
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Los teóricos del estructural-funcionalismo norteamericano entendían que las conductas corruptas o desviadas de los valores y normas del sistema social eran fallas o disfunciones, las cuales el sistema mismo las corregirías mediante mecanismos también institucionales.
Por otra parte, según la sociología de origen marxista o conflictivista, las disfunciones o fallas del sistema social son de carácter permanente, originadas por desigualdades que produce la estructura de clases sociales; siendo el conflicto social el motor mismo de la transformación de las sociedades, y causa fundamental de todas las fallas del sistema.
En la actualidad, en países como el nuestro la corrupción no solo afecta todo el sistema, sino que ha llegado a ser la base misma del funcionamiento de la sociedad. Y más aún, el factor clave de su funcionamiento.
Obviamente, está de fondo la desigualdad entre los grupos humanos, el control de la riqueza y el poder por sectores minoritarios y las aspiraciones y necesidades insatisfechas de las mayorías; balanceada por la existencia de las llamadas clases o sectores medios, según los niveles de vida y los roles que estos grupos o segmentos cumplen en el sistema general.
Desafortunadamente, los países hoy desarrollados, en gran medida, basaron su crecimiento en formas de explotación de la mano de obra empobrecida. En ese contexto, los países hoy subdesarrollados han sido sometidos a relaciones desiguales y de dependencia contando con el contubernio de élites locales.
Las respuestas locales, que en ocasiones fueron de carácter revolucionario, actualmente se han ido convirtiendo en formas de conductas inadaptadas a los patrones normativos oficiales, que en gran medida son importados, exacerbadas por modos impuestos por el márquetin, la revolución de las comunicaciones y los permanentes intercambios y contactos culturales entre naciones; segmentos poblacionales cada vez más difíciles de organizar y normar mediante códigos y sistemas policiales y judiciales a menudo también obsoletos, que no son siquiera conocidos ni entendidos por amplios sectores poblacionales, incapaces éstos de tenerlos siquiera como referencias; sistemas normativos prácticamente incumplibles por los sectores bajos de nuestras sociedades y frecuentemente siquiera por las clases medias.
Las influencias extranjeras, la modernización forzada y violenta de nuestras sociedades obliga cambios conductuales en una población semi y funcionalmente analfabeta y carenciada que se traducen necesariamente en corrupción y dispersión de conducta. (Continuará, SDQ).