«Siempre que una recuerda, deja de buscar»
(…) «Son los viejos espíritus que te habitan la sangre»
Edwidge Danticat
«El pensamiento español es el único lugar donde deambula esta «raza de indios» que no tiene más que un destino: el de servir a los autores de su genocidio»
Jean Casimir: «Haití: Acuérdate de 1804»
Edwidge Danticat y sus padres, Puerto Príncipe, 1974.
Como una cosa lleva la otra, el domingo pasado me dejé llevar por el recuerdo, me quedé tendida en la cama con los ojos cerrados, con el artículo del intercambio de cartas entre la joven haitiana escritora y el funcionario-escritor dominicano…, entre mis manos, volando mi memoria hacia ese Puerto Príncipe que conocí en 1982, mientras canturreaba «Chocoune».
Con los ojos cerrados, con el artículo sobre mi pecho, con las manos cerradas en cruz sobre él, susurré «Honor y amistad», como firma la joven haitiana en su carta.
Pensé en mi juventud, en la oscuridad de mi mente de hace treinta años, en mi inocencia y candor sin límites, en mi ignorancia de todo y de todos. «Honor y amistad».
«Éramos unos inocentes, por eso nos pasó lo que nos pasó, por eso nos reventaron», como diría el Lichi (Eliseo Alberto de Diego y Marruf) «se dice fácil».
Tenía treinta y cuatro años, dos niños chiquitos, Haití era el destino laboral del esposo, por nueve meses en UNESCO para realizar la carta escolar del país. Una consultoría muy bien pagada porque ése era un destino al que nadie quería ir, le dijeron.
Con los ojos cerrados deslicé mis manos, tomé al azar uno de los tantos libros que saqué de mi biblioteca de literatura haitiana que tenía diseminados en la cama. Todos de Haití. Sí. De la querida Haití.
Al azar abrí «¿Crik? ¡Crac»! Esos magistrales nueve cuentos escritos por Edwige Danticat en 1995. Nacida en Puerto Príncipe en 1969, en Haití, hasta que emigró a los doce años a Estados Unidos de Norteamérica la cuidó una tía, el padre emigró años antes, trabajó como chofer de taxi hasta que pudo sacar a su esposa primero y a toda la familia después.
Eduwiges Danticat y sus ancestros.
Su madre lo pudo seguir unos años después y ella y su hermana narran la vida del exilio de la comunidad afroamericana haitiana en USA, de lo que dejaron, la costumbre de honrar a los antepasados haitianos, esos de 1804 como diría Jean Casimir, la realidad de Nueva York y su asimilación a la vida en Estados Unidos de Norteamérica.
Tiene un cuento sensible y exquisito de su madre. La evoqué a ella, a su sopa de hueso, la historia de su familia, los días últimos del horror con los tontón macoutes, el honor y amistad a los ancestros y ese «buscar la divinidad» limpiando de cabo a rabo el hogar, cocinar una buena sopa de hueso ante el dolor y el desarraigo y sobre todo honrar a los viejos.
(…) «… las mujeres de tu familia nunca han perdido contarlo entre sí. La muerte es un sendero que tomamos para encontrarnos al otro lado. No debe separarse lo que han unido las diosas A cada paso que das hay un ejército de mujeres aguardándote. Nunca estamos más allá del sudor de tu frente, o el polvo de tus zapatos. Aunque cruces el sombrío valle de la muerte no temas nada: siempre estamos contigo».
Nueve cuentos de excepción cuya clave es ese ¿Crik? ¡Crac! …¿empiezo? ¿Empiezo a contar? Gesto común y liberador que debería iniciar la vida de cualquiera. ¿Empiezo a contar? Empiezo con todo lo que intuyo, lo que soslayo de mí, lo que temo de mí y de los míos, lo que sé pero no me animo a contar.
¿Empiezo a contar? y cabría agregar ¿me atrevo? a contar lo que no se ha dicho, lo que no se ha contado, lo que se ha ocultado, lo que se ha disfrazado como ese dicho del funcionario dominicano que intenta tergiversar la historia y dice que la matanza de 1937 es sólo responsabilidad de Trujillo y sus guardias? Todos sabemos que miente pero nadie se anima a contar la mentira de hace setentaicinco años atrás.
Me atrevo contar que setentaicinco años después repiten un eslogan que perpetúa el racismo, la mentira y la infamia. Y que sume en la ignominia a los dos pueblos de la isla. Al pueblo haitiano y al pueblo dominicano adormecido en las infamias de sus «élites de simulacro».
Es la seña para empezar a contar cuentos, esos cuentos orales que pasan de boca en boca, de generación en generación, entre el pueblo humilde haitiano, entre el común de la gente dominicana para mantener la tradición de dos pueblos engañados y condenados a servir a sus genocidas.
Y no es sólo el haitiano. Es al dominicano al que le cuentan cuentos y se los cree y lo que es peor los repite. Repitiendo sin saberlo su condena a «ser esclavo y servil».
Y los genocidas están a uno y otro lado de la frontera y se perpetuán y se repiten en «las élites de simulacro».
Releo «El pueblo haitiano» de James G. Leyburn publicado originalmente por la Universidad de Yale, en Estados Unidos de Norteamérica en 1941, editado en 1946, en la editorial Claridad de Buenos Aires y traducido en una publicación en la versión en español. En 1986, Sociedad Dominicana de Bibliófilos la editó y yo la compré en una reimpresión del 2011 en la pasada Feria Internacional del libro de Santo Domingo.
Reunión de la diáspora haitiana.
Su lectura me encantó y fue tan deliciosa como aquella «Majestad Negra» que me regalaron los Cuello a raíz de la escritura de la historia de vida «Una pena antigua».
¿Crik? ¡Crac! …¿empiezo a contar? En el fondo se trata de cimarronear.
Hay que acordarse de 1804, hay que acordarse de que los haitianos son los únicos negros que se liberaron, hay que acordarse de que el general Pétion fue desde la República Negra del Sur el que ayudó con barcos, dinero y generales a las repúblicas sudamericanas que buscaban la independencia de España, hay que acordarse de que Bolívar y sus generales Soublete, Pián, y Anzoátegui son los que viven seis meses en Les Cayes preparando la gran invasión al continente y zarpan con la meta de conseguir la libertad de España y la abolición de la esclavitud de todos los negros en el continente sudamericano.
Todos los cuadros medios haitianos embarcados en la expedición fueron pasados por las armas. Los generales venezolanos amigos de los haitianos como el general Pián fueron fusilados en Venezuela acusados de ser por pro-haitianos. El general José Anzoátegui, ese que resuena en mi árbol genealógico materno fue envenenado al día siguiente de cumplir 30 años en el cuartel de Colombia, dicen que por una negra pagada por los altos mandos militares de la revolución que no querían a los haitianos en sus cuadros intermedios.