Quien ha tenido la oportunidad de ver en las redes sociales el video en el que varios agentes policiales motorizados disparan contra el vehículo en el que viajaba la doctora Silvia Peñaló, quien dice estar viva “porque Dios entendió que no era mi tiempo”, tiene derecho a pensar que lo que le ocurrió a la joven profesional en Mao, provincia Valverde, pueda pasarle a cualquiera si por mala suerte el vehículo que conduce tiene características similares, en color y marca, con el que persigue la Policía Nacional.
Que como ha vuelto a comprobarse con este caso, y al igual como ocurrió con la pareja de esposos acribillados por una patrulla en Villa Altagracia, cuando se trata de presuntos delincuentes sus agentes disparan primero y luego es que se produce el “intercambio” con el que justifican su muerte.
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¿Dónde están los protocolos que deben aplicarse a una persona, a pie o en su vehículo, que va a ser detenida? ¿Por qué es tan difícil que nuestros policías entiendan que su misión es proteger las vidas de los ciudadanos, no arrebatárselas? Lo que este hecho nos está diciendo, al igual que la muerte en Santiago, la semana pasada, de un joven de 21 años que no quiso obedecer una orden de detenerse en un lugar oscuro y solitario que le hizo una patrulla, es que la cultura del dispara primero y pregunta después se ha convertido en parte de lo que son y la manera en que se comportan de cara a la sociedad.
Y no parece que ese comportamiento tan arraigado vaya a cambiar con arengas ni con un reforma policial que, desgraciadamente, no puede empezar botando a todos sus miembros y contratando nuevos agentes sin contaminar y mejor formados, como fuera lo deseable aunque sea imposible.
Es por eso que lo que acaba de ocurrir en Mao, donde por puro milagro no estamos lamentando otra muerte innecesaria a manos de la Policía, puede volver a repetirse, por lo que la próxima víctima, Dios no lo quiera, puede ser cualquiera de nosotros.