Cuando opinar puede ser peligroso

Cuando opinar puede ser peligroso

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Un relato de Cortázar inicia tomando varias páginas sin que el lector común pueda darse cuenta de que el autor está describiendo, uno a uno, las decenas de movimientos que de una persona (él autor) tiene que realizar para ponerse un pullover o una camisa.

Lo recuerdo a menudo cuando deseando salir de prisa, repaso los muchos movimientos de cada mañana, desde el aseo al acicalamiento, del desayuno a los rituales de antes de salir a la calle. Son cientos de movimientos, sin considerar los pensamientos y quien sabe cuántas otras cosas que hacemos sin que llevemos cuenta consciente.

Por gracia de Dios, podemos hacer estas cosas de modo automático, es decir, sin que intervenga nuestra consciencia.
Phillip Lersch citaba una conversación entre un grillo y un ciempiés: “Que ser tan maravilloso es usted, le dijo el grillo. Mover sus cien patas sin equivocarse ni trabarse”.

El ciempiés, halagado y presuntuoso, se puso a pensar cómo es que el podía hacerlo. El relato termina con el ciempiés totalmente incapaz de moverse, enredado entre sus propias patas.

Ralph Linton decía que la cultura es al hombre como el agua al pez: No nos damos cuenta de esta hasta que salimos de ella.

La tragedia de muchos hombres de talento suele consistir en salirse de la cultura, de su hábitat cognitivo y no poder regresar ni tampoco llegar a lugar alguno. Se apartan de todo lo común y se enredan en el ateísmo, el nihilismo y la angustia existencial, tanto en sentido filosófico, como en el diario aburrimiento, el desgano y la ansiedad.

Para pesar y desgracia, es demasiada la gente de hoy día en nuestra sociedad atrapada en una nada llena de gente y de ruido, en un camino que conduce a ninguna parte. Tenemos demasiada información, demasiadas noticias como para estar tranquilos. Y nos estamos pareciendo a Cantinflas en nuestras convicciones: “Ni son verdad ni son mentiras, y lo más seguro es que no se sabe”.

Pero lo más peligroso probablemente sea que no podemos callarnos. Opinar es una de las formas de reafirmarnos social y psicológicamente. Debemos al menos parecer que estamos informados, y dar muestras de seguridad en nuestras opiniones. Además, si usted no opina, es ignorante o es disidente, o sea, no pertenece o carece de información, inteligencia, o sea, carece de status.

No pocos viven chateando embustes y falacias que ni siquiera los que fuimos a la escuela tenemos capacidad ni forma para discernirlos.

Hay gran irrespeto a la verdad y a la ciencia. Las doctrinas y sistemas parecen haber fracasado, y no se vislumbra como saldremos de este atolladero.

Es soberbia creer que somos absolutamente distintos de todos los que delinquen, roban el Erario o explotan a pobres e inmigrantes.

Evitemos compartir, a velocidades “nánicas”, opiniones y conceptos que pueden pulverizar lo que aún es valioso de nuestro destartalado orden social.

No estamos tan capacitados como creemos, ni como pueblo, ni como partidos, para hacer lo que hay que hacer. Ni siquiera lo más elemental: Ponernos de acuerdo.

Las doctrinas y sistemas parecen haber fracasado

Tenemos demasiadas noticias como para estar tranquilos

Opinar es una de las formas de reafirmarnos social y psicológicamente

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