Cuatro letras y una palabra: Dios, en busca de su existencia

Cuatro letras y una palabra: Dios, en busca de su existencia

François-René de Chateaubriand

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I. El término `Dios´ no es un galimatías. Podría parecérsele, pero no lo es. Ya vimos anteriormente que Husserl reconocía que “Dios se dice de muchas maneras…” Tantas que quizás, tal y como admitía Buda, se puede tanto afirmar como negar su existencia -a propósito de la cual incluso llega a guardar silencio- porque “la respuesta no está en quien responde sino en quien pregunta”.

Así, pues, por apretada que esté la cosa, según el modus dicendi dominicano, pocos son los que en medio del ajetreado vavién fluvial del metafórico Rubicón no hayamos considerado o al menos oído repetidas veces que “si Dios no existiera, sería necesario inventarlo” (Voltaire). La razón es simple. “Si Dios no existe, todo está permitido”, de acuerdo al buen decir de Dostoievsky en plena novela de Los hermanos Karamazov, fraternos seres humanos por veces más cómplices de Caín que del finado Abel.

Ahora bien, puesto que dicho término no es un acertijo imaginario ni un trabalenguas humano, si hubiere Dios, ¿qué o quién es el que existe? Y si todo está permitido, ¿Qué tendría licencia para acontecer que todavía no lo hubiéramos visto, dado que para algunos no hay nada nuevo bajo el sol?

Fiodor Dostoyevski
Fiódor Dostoyevski

II. La cultura religiosa convencional podría presumir que cuestionar el sentido de Dios y su existencia, en sí mismo sea poco menos que una herejía. No obstante, de conformidad con la regla de oro epistemológica autoimpuesta al iniciar esta serie de trabajos, me circunscribo a una experiencia existencia al margen, tanto de la inocencia original como de la gracia de la fe, para continuar un ejercicio delimitado por la propia comprensión de lo que parece ser más razonable.

Al margen de dicha cultura tradicional, sin embargo, si se trata de un bando ateo o agnóstico, debido a la susodicha regla procedo e invito a proceder al menos en el recuadro del ejercicio propuesto de conformidad al consejo de Lord Kelvin: no hay que encerrarse en ser libre pensador, ateo, agnóstico y tampoco crédulo o incrédulo. Lo único indispensable es pensar con ahinco e imparcialidad. El pensamiento, sea científico o no, “te obligará a creer en Dios”.

III. En ese contexto, para indagar acerca de Dios y de su razón de ser en sí misma y para nosotros, me atengo a la perspectiva de Geral R. Baron. La pregunta clave es, puesto que al árbol se le conoce no por las raíces ni por el tronco ni sus ramas, sino por sus frutos, lo decisivo es saber si lo que se sabe y/o dice de Dios impacta y se manifiesta objetivamente en el comportamiento de cada uno de nosotros.

“Si incluso uno es ateo y llega a la conclusión basada en la observación y la razón, como hizo el filósofo Anthony Flew, de que hay un Dios, ¿qué diferencia hay? ¿Significa que ahora puedes ir al cielo en lugar del infierno? ¿Significa que ahora puedes esperar un destino final llamado nirvana donde tu ego es absorbido por el vacío /plenitud de todas las cosas? ¿Significa que te convertirás en una persona mejor, más moral y más compasiva? ¿Significa que experimentará prosperidad, salud y los beneficios materiales que enseña el `evangelio de la prosperidad´? ¿Significa que uno se unirá a una iglesia, asistirá a los servicios litúrgicos de forma regular y comenzará a pagar diezmos? ¿Significa que comenzarás a vivir con miedo al infierno y tendrás pesadillas acerca de si estás haciendo lo suficiente para salvar tu alma del castigo eterno?”

Puede leer: Cuatro letras y una palabra: Dios, visto desde el Rubicón de la vida

Al igual que Baron, sospecho que más de un lector -sea este creyente, escéptico o incrédulo- respondería con un sí una o varias de las preguntas anteriores. Sin embargo, adviértase que ninguna de las posibles respuestas a esa serie de preguntas esclarece qué significa Dios en sí mismo ni en la vida personal de uno u otro individuo. Imposible, a menos que Lo definamos antes o que presupongamos algo sobre Él o si prefieren acerca de Él.

De ahí que en un entorno cultural judeocristiano podría parecer natural asumir que el Dios de la Biblia es el verdadero. Sin embargo, en medio de una civilización dizque intercomunicada y globalizada resulta menos lógico asumir el Dios judeocristiano. Navegamos enmarañados en una red compleja y divergente de sistemas de deseos, creencias, aspiraciones, programaciones e ideales. Entre otros ejemplos muestro un copy page relativo a lo que en el mundo de hoy podría ser o al menos significar el término Dios:

1. El Brahman, uno e infinito, en el principio, del libro hindú de Los Upanishads;

2. El motor inmóvil aristotélico;

3. La Gran Forma sin forma, pues -según Lao Tzu- Tao permanece oculto y sin nombre;

4. El cielo o Señor de lo Alto y la Tierra, en tanto que representan respectivamente dos fuerzas universales: el Yin y el Yang.

5. Él es Alá, el único, en sus actos y dominio de este Universo, según lo expuesto por Mahora su profeta Mahoma.

6. El Ser de una existencia absoluta, que nunca ha estado ni estará sin existencia, según Maimónides cuando interpreta la autoidentificación bíblica de Yahvé: Yo soy el que soy;

7. Una substancia consistente en infinidad de atributos, cada uno de los cuales expresa una esencialidad infinita y eterna, en la concepción de Spinoza;

8. Una superinteligencia de una galaxia distante que creó la simulación que llamamos nuestra existencia;

9. Un ser malvado que disfruta de los tormentos que definen gran parte de la experiencia humana;

10. Un creador inquieto que desencadenó el Big Bang y envió este universo a la existencia con todas sus leyes y procesos, y luego se fue para hacer miles de millones más con -mejores, peores o- diferentes leyes;

11. La mente que crea y abarca todas las cosas, pero lo hace sin tener en cuenta las mentes conscientes y, por lo tanto, le sería indiferente cualquier noción de lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal, tal y como lo da a entender el mismo relato del Génesis cuando reconoce que existe como creatura del único Creador un ser malévolo que, justo cuando tienta al hombre y a la mujer, deja en evidencia que Yahvé no está ahí para socorrerlos, solo para reconocer que ahora son como Él;

12. La definición misma del ser en forma de un vacío infinito que absorbe toda vida, espíritu y materia;

13. Ser personal y eterno, trascendente, inmanente, todopoderoso, bueno y amoroso; o, quién sabe, por aquello del nominalismo occidental,

14. Una palabra que, significando cualquier cosa que uno quiera atribuirle, carece de contenido específico y verificable.

Podría transcribir más de dos o tres listas de citas como la anterior, mas me temo que terminaría en medio del río de la vida sin aire suficiente como para concluir con François-René de Chateaubriand que “el hombre que comprendiese a Dios sería otro Dios”.

IV. Cierto, de seguir la lógica del pensamiento de Chautebriand tendríamos una excelente excusa para hablar de dioses. Algo así como el Sapiens que deviene Homo Deus, según Harari, aunque sin saber hacia dónde navega, porque ninguno se adentra en el misterio de la vida luego que llegue el dominio de la muerte del cuerpo humano en manos del silencio sideral o de la inteligencia artificial y sus secuelas.

No hay que ser un buen cantor como Michael Wilson Hardy para saber que, desconocemos “¿cómo se le reza a un Dios muerto?” y menos aún “cómo lidiar con el desencanto (que) sigue siendo la gran cuestión religiosa de la modernidad”.

Por eso me acojo en este instante al sabio canto de alguien que no es ni “de aquí” ni “de allá”, mas aconseja que “si amas al dinero a lo sumo llegarás a un banco, pero si amas la vida, seguramente llegarás a Dios” (Facundo Cabral). Claro, lo que no aclara el consejo es lo que más inquieta a los mortales:  ¿a qué o a Quién llegaremos quiénes?

(Continuará)