Para Estados Unidos sería muy complicado y costoso un cambio en Cuba
En las décadas de 1960 y 1970, Estados Unidos promovía la caída del régimen comunista cubano. No lo logró. En aquellos años, la revolución cubana encarnaba el espíritu antiimperialista, y en el contexto de la Guerra Fría, la Unión Soviética apoyaba materialmente a Cuba.
Después de la caída del Muro de Berlín, derrocar el Gobierno cubano dejó de ser un objetivo de la política exterior de Estados Unidos. Desde entonces, los gobiernos de ambos países han compartido un mismo objetivo: que se mantenga el régimen. Para Estados Unidos sería muy complicado y costoso un cambio en Cuba, y ni decir para el Gobierno cubano. Un cambio de régimen supone mucha inestabilidad que puede prolongarse y derivar en migraciones masivas.
Sin duda, el embargo económico es una expresión de dominio de Estados Unidos sobre Cuba y la mantiene muy restringida en su accionar económico. Además, tiene utilidad electoral para los partidos Republicano y Demócrata con los cubanos en la Florida que desean mayor presión sobre Cuba para que caiga el régimen.
Para el Gobierno cubano, a pesar del altísimo costo económico, el embargo es una fuente de legitimación: la causa identificada de los males.
Con estos linderos establecidos, el debate académico o político sobre Cuba es prácticamente imposible. El apoyo al régimen cubano significará siempre la posición de solidaridad con el pueblo oprimido por el imperio, mientras la crítica al régimen será siempre definida como una postura proimperialista. Con esta narrativa será difícil avanzar, independientemente de lo que quiera la mayoría del pueblo cubano.
La democracia electoral está llena de fallos y deficiencias, pero asumir que la mayoría de un pueblo apoya una dinastía familiar o de partido único en el poder por más de 60 años es ingenuo en el mejor de los casos. La longevidad de un régimen sin alternativas no deriva usualmente de apoyos, sino de controles.
Cuba ya no encarna una utopía revolucionaria como en sus inicios. La sociedad enfrenta grandes precariedades, en parte por el embargo, y en parte por el mismo sistema económico que se ha enfocado en la producción y distribución manejada por el Estado, con poco espacio para la iniciativa privada.
La evidencia mundial muestra que las sociedades más desarrolladas e inclusivas son las que han logrado combinar de manera efectiva la producción privada con mecanismos de redistribución social de la riqueza en contextos de democracia electoral. De esos tres elementos, Cuba carece de dos: hay poca producción privada y no hay competitividad política en el marco de una democracia electoral.
A pesar del éxito en la educación y las garantías de salud, los cubanos enfrentan constantemente escasez en una diversidad de productos de consumo que son de alcance cotidiano para muchas personas en países que incluso no son altamente desarrollados como la República Dominicana. En 60 años de revolución, Cuba debería tener producción agrícola y de industria ligera accesible a su población.
La pandemia ha agravado las condiciones de vida en muchos países y Cuba no cuenta en estos momentos con un país protector dispuesto a hacer muchos aportes. Para oxigenarse, el régimen cubano necesitaría promover algún nivel de reforma económica y negociar con los Estados Unidos facilidades para el flujo nuevamente de remesas familiares. Biden debe eliminar ya los mecanismos de control que impuso Trump.
En medio de esta pandemia, las remesas han sido la tabla de salvación para muchos países de la región, incluida la República Dominicana.
Cuba ya no encarna una utopía revolucionaria como en sus inicios