La covid-19 ha replanteado las necesidades humanas, las prioridades y hasta los nuevos hábitos. Desde los inicios la pandemia nos llevó al confinamiento, al distanciamiento social y al uso de las mascarillas.
Volver a la normalidad para dinamizar la economía, el consumo y la oferta de servicios, fue la necesidad urgente para detener el desempleo, las ruinas económicas, la gran recesión de la economía y el endeudamiento a todos los niveles. Pero, por otro lado, se esperaba con ansias la normalidad, era como si fuese un respiro para las personas volver a juntarse, caminar, encontrarse con familiares y amigos; volvieron los vuelos, las visitas a hoteles y restaurantes, etcétera.
Sin embargo, se vivía, al mismo tiempo, duelos por fallecimientos de tantas personas, el miedo a ser infectado, la falta de ventiladores, el agotamiento de los médicos, enfermeros, bionalistas, personal sanitario y los agentes de seguridad pública, policías y militares.
Apenas, meses después del inicio de la pandemia se vivía la catástrofe de Europa, EE.UU, Latinoamérica con el aumento de las cifras de covid-19.
Cada mes, cada semana, cada día, se vivía la angustia de las cifras, los datos, las informaciones de las muertes y de los complicados con mayor vulnerabilidad.
Vivir de escalada a desescalada, de toque de queda, de ayuda, restricciones, apertura económica, medidas sanitarias; mientras aumentada los trastornos mentales: ataque de pánico, depresión, trastorno de ansiedad, abuso y consumo de alcohol y suicidio; pero también, los conflictos de parejas, familiares y sociales.
Mientras que nuevas patologías sociales se iban reproduciendo con el temor de aumentar más con la prolongación de la pandemia.
Ahora se presenta un nuevo desafío con la covid-19, el aumento de los contagios, la demanda de camas y de unidades de cuidados intensivos. Existe el temor de que aumente de forma tan rápido que pueda poner en peligro el sistema sanitario y vuelva las muertes como en meses anteriores.
El comportamiento social de buscar la necesidad del goce, el placer, la socialización, la cultura gregaria hacia las fiestas, encuentros, cumpleaños, reuniones, y del desafío al riesgo, sin medir las consecuencias de covid-19, ha vuelto aumentar el número de casos y la demanda hospitalaria.
La Navidad es una tradición cultural, religiosa, cargada de símbolos, de encuentro familiar, de amigos, bodas, viajes, regalos, comida, bebida, en fin, celebraciones. Existe toda una presión comercial y social por la celebración de la Navidad; pero, al mismo tiempo el contagio y la carga viral, por la covid-19.
El dilema: se cuida la Navidad o se cuida la vida. La vida es la prioridad, la necesidad vital y existencial. Sin salud y sin vida no hay Navidad. Con muertes y contagios de abuelos, padres, hijos, amigos, no se puede celebrar ni compartir; se impone la vida y la salud.
El cerebro, los hábitos, las costumbres y los comportamientos sociales son difíciles de desmontar, reaprender o adaptarse a nuevas circunstancias. Frente a la covid-19, las personas deben preservar la salud y la vida. Volverán otras navidades, otras fiestas y otros tiempos para socializar con la misma o mayor intensidad social.
Hay que detener o evitar contagios masivos, durante o después de la Navidad. Prudencia, prevención, evitar y cuidarse de la pandemia. La vida importa mucho; hay sueños, metas, propósitos y razones para prolongar la vida.
Los que viven de prisa, los que no valoran ni dan importancia a su vida con merecimiento, autocompasión, bondad, amor y autoestima hacia sí mismo y hacia los demás, termina sin proteger su vida.
Lo mismo pasa con los que buscan las gratificaciones inmediatas, el placer o goce de forma impulsiva; se vuelcan hacia el riesgo, la vulnerabilidad del contagio y de morir por cuidar la Navidad, pero no cuidar la vida.
En estos momentos se impone la responsabilidad ciudadana, de las familias, de los amigos y de los vecinos; de lo que se trata es de preservar la salud y cuidar la vida.