Los altos niveles de frustración, desesperanza, nerviosismo, tensión, ansiedad y desesperación de forma crónica son las que impulsan y motivan los altos índices de violencia, homicidios y conflictos dentro de la convivencia y la socialización en los diferentes espacios.
Esa forma de sobrevivir dentro de sistemas de servicios precarios, deficientes, sin calidad ni calidez en la salud, la educación, el transporte, la energía, agua potable, entre otros, son los que alteran el cerebro, la conducta y los resultados de vida de las personas.
En la vida cotidiana dominicana a diario se producen homicidios, violencia, maltratos y confrontaciones, que debieron prevenirse, o evitarse o solucionarse de forma asertiva y humana, para no dañar personas o dañarse a sí mismo.
Daños como dispararle a una persona por una fila, un rose de vehículo, demandar un servicio y como no lo resuelven, entonces, quemar la casa, agredir a médicos en una emergencia porque no hay medicamentos o romper una escuela porque no nombran profesores etc., son expresiones socioculturales de una sociedad atrapada, frustrada e intolerante que no sabe cómo solucionar o dirigir los conflictos.
En esa cultura de violencia existe una creencia distorsionada y limitante de que, si tengo conflicto o diferencias, los resuelvo a través de la violencia, el acoso, la manipulación, la exclusión, los prejuicios, el homicidio o sometiendo a la otra persona a los controles del autoritarismo social o personal.
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La violencia en la escuela y los barrios es un resultado de esa cultura de violencia, de trasgresión y de desafío a las normas de convivencia ciudadana, de intolerancia y desorganización social, ante una sociedad generadora de exclusión, de marginalidad donde “viven los más fuertes” o “de los que más se exponen a riesgos y a conductas riesgosas”.
En políticas de Estado y de seguridad ciudadana se deben impulsar estrategias horizontales que vayan en dirección de cambiar los modelos de exclusión y de marginalidad. Pero también, de activar políticas de cultura de paz, de convivencia pacífica, de tolerancia y de comunicación, cuando asumimos determinado conflicto, ya sea en familia, pareja, intrapersonal o grupal.
La enseñanza social en cultura de buenos tratos, de humanización, de altruismo y de solidaridad, nos convierte y nos ayuda en modelos de convivencia de una sociedad civilizada, educada, espiritualmente enriquecida, de bienestar y felicidad.
El abordaje integral debe ser en la escuela, universidad, en las juntas de vecinos, en los miembros de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, en el transporte y en todos los espacios sociales y medios de comunicación.
Las personas viven exaltadas, se irritan fácil y expresan la rabia y la ira; activando un sistema de creencias distorsionado y limitante que le refuerza la tendencia a la conflictividad y a detonantes violentos.
La cultura cambia el cerebro y modifica sus estructuras emocionales, sus pensamientos, el comportamiento y los resultados de vida. Sin embargo, cuando se desarrollan las habilidades y las destrezas, junto a la inteligencia emocional y social, el ser humano aprende a utilizar su corteza prefrontal para discriminar los impulsos y los conflictos de forma asertiva para no dañar y no dañarse. A través de políticas públicas de convivencia ciudadana, de cultura de paz y de solución pacífica al conflicto, es que aprenderemos a evitar o prevenir la violencia social y los homicidios por conflictos personales y grupales.