Los grandes buscadores jamás serán obsoletos. Puede ocurrir que sus respuestas queden desplazadas, pero las preguntas que formularon siempre tienen vigencia. Heredamos sus formas de plantear preguntas, un legado que nos enriquece. Los profetas hebreos y los filósofos griegos siguen vivos, desafiándonos con sus preguntas. Sus voces resuenan con una energía que no guarda proporción alguna con la brevedad de sus vidas o con las pequeñas comunidades en que vivieron. Daniel Boorstin, Los pensadores.[1]
El futuro ha sido desde siempre un filón inagotable de sentido. En todo el orbe, la insatisfacción de la experiencia pura y dura ha hecho que la gente adornara el presente con indicios de hechos venideros. Se han buscado claves para descifrarlos en las vidas de los animales sacrificados, en el vuelo de los pájaros, en el movimiento de los planetas, en los propios sueños y estornudos. La saga de los profetas atestigua nuestros esfuerzos por tratar de dejar de ser víctimas de los caprichos divinos descifrando de antemano los designios de Dios, por convertirnos en seres independientes y autoconscientes, capaces de escoger libremente nuestras creencias.[2]
La verdad es que cuando se profundiza en el pensamiento y la obra de alguien es que uno conoce realmente su grandeza, la riqueza de sus planteamientos y la erudición sorprendente. Cuando inicié este viaje, solo había leído “Los pensadores”. Al decidir hacer la serie, comencé a compilar la mayor cantidad de obras de este gran pensador. ¡Impresionante!
La obra “Los Pensadores” es quizás su reflexión de la madurez, porque Boorstin murió pocos años después de su publicación. Inicia con una nota personal, en la que este sabio bibliotecario, pensador y crítico afirma de manera categórica lo siguiente: “Esta breve obra no se propone recorrer la historia de la filosofía o la religión, aunque sí aborda determinados métodos de búsqueda de los grandes filósofos y líderes religiosos de Occidente. Que nadie busque en este libro descubrimientos, sino procesos de búsqueda. He seleccionado a los buscadores que más elocuentes me resultan y cuyas aproximaciones al sentido de nuestras vidas e historia siguen empujándonos a buscar una senda personal”.[3]
Afirma que en Occidente han existido tres grandes momentos de búsqueda. La primera era la heroica empresa de los profetas y los filósofos que buscaban la verdad en el Dios de los cielos en la capacidad innata de raciocinio. La segunda fue la época de la búsqueda colectiva, en la que primaban dos palabras “civilización y democracia”. La tercera corresponde al momento de las ciencias sociales, el pensamiento y la preocupación acerca del futuro.
Partiendo de esa premisa la obra se divide a su vez en tres libros o partes. El libro primero “Un Legado Antiguo”, que consta de tres capítulos: La senda de los profetas, La senda de los filósofos y La senda cristiana. El libro segundo “Búsqueda Colectiva”, consta de dos grandes capítulos: Sendas del descubrimiento: en busca de experiencia y La senda liberal. El libro tercero “Sendas que conducen al futuro”, consta de tres capítulos: El ímpetu de la historia: avatares de la sociología, Santuarios de la Duda y finalmente, Un mundo en proceso: el sentido está en la búsqueda.
En la primera parte del libro, y específicamente en el capítulo I, Boorstin habla sobre Moisés y su obediencia puesta a prueba. Inicia su exposición hablando sobre el misterio de la vida y la divinidad. Los mesopotámicos, decía, buscaron definir el futuro a partir de los elementos del presente. Los responsables de esa gran tarea eran los adivinos, que buscaban las explicaciones de las más insólitas formas.
Los hebreos, por su parte, seguía escribiendo el autor, en sus escrituras guardaban recuerdos de cómo ese pueblo interpretaba los designios divinos y “dio a la experiencia de hoy el fulgor mudable del mañana”.[4]
La diferencia, decía Boorstin, entre el adivino y el profeta es que mientras el primero prevé lo que acontecerá, el segundo prescribe “qué debe crearse y cómo hay que comportarse”.[5] Los adivinos, sigue diciendo el autor, terminaron siendo sustituidos por los profetas.
Asegura que Moisés era el verdadero pionero de los profetas, y cuando se enfrentaba a la autoridad lo hacía en nombre de Dios, el único, el Todopoderoso, omnipresente y benévolo. “Cuando el profeta trajo, no ya una nueva prueba a los creyentes: la prueba de la obediencia. (…) Los diez mandamientos convierten por lo tanto la obediencia en la señal externa del creyente. Esta idea se convertiría, varios milenios después, en el corazón mismo del islam (palabra árabe que designa “resignación”, sometimiento a los deseos de Dios”.[6]
En el capítulo II, Boorstin afirma que el movimiento profético occidental en la senda de la fe nació 750 años antes de Cristo y duró 500 años. No solo impuso los mandamientos, sino que constituyó un verdadero llamamiento de fe. “Los grandes profetas hebreros abrieron nuevos caminos a la fe, fueron una camada heterogénea. Podrían calificarse de aficionados. En efecto, la mayoría no eran sacerdotes (…) cada uno de ellos había sentido la llamada de una forma peculiar, de modo que tenía su propia vocación, una llamada personal a hablar en nombre de Dios. Cada uno de ellos dirigía la palabra de Dios a los males padecidos de su época y en su zona geográfica. Todos ellos recordaban al pueblo de Israel que no estaba respetando la santa alianza sellada con el Dios que había escogido”.[7] Un elemento importante que destaca Boorstin es que el Dios del que se hablaba no era ni de los profetas, ni de Israel, sino de toda la historia.
Un elemento interesante es que Boorstin plantea una diferencia entre los profetas y Moisés. Para este último lo importante era la obediencia; para los primeros era la prueba de la fe. En tal sentido, el autor plantea que ahí se establece un dilema existencial de la humanidad: “¿Por qué habría un Dios bueno de permitir el mal en el mundo que ha creado?”[8] Se responde diciendo que esa pregunta es un efecto directo del monoteísmo ético; un trilema creado por “las tres cualidades indiscutibles de un Dios omnisciente, todopoderoso y benévolo”.[9]
El espacio se agotó. Debemos seguir para la próxima entrega. ¿Interesante? Espero que sí porque me ha apasionado de nuevo la relectura de esta obra.
[1] Daniel Boorstin, Los pensadores, Barcelona, Editorial Crítica, 1999, p. 11
[2] Ibidem, p. 15.
[3] Ibídem, p. 9. (Nota personal al lector)
[4] Ibidem, p. 15. [5] Ibidem, p. 16.
[6] Ibidem, p.17. [7] Ibidem, p.19.
[8] Ibidem, p.25. [9] Ibidem.