Sartre y la Muerte de Occidente; la náusea y la falta de horizonte, de vida sin propósito ni compromiso; cuando no hay anclaje para el compromiso predomina la náusea y el vacío existencial (cerebral y espiritual), la falta de proyecto.
Oswald Spengler describió el ocaso de Occidente mucho antes del Globalismo: Élites sin rumbo, masas y consumismo; El revoltijo de patrones y clientes, burgueses y proletarios, proveedores y consumidores, que produce resaca, náusea, drogadicción y enajenación.
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La peor tragedia de los humanos, individual y colectivamente, es la falta de identidad.
Sin identidad no es posible establecer proyectos y la conducta se hace aleatoria y casuística, guiada por el qué dirán, opiniones ajenas, aprobación y votos.
Especialmente cuando los grupos de poder, nacionales e internacionales, carecen de visión propia, o se someten a proyectos ajenos.
La realidad social y política se torna en una especie de juego caótico y nauseabundo que implica la negación del yo, del sí mismo y del nosotros.
Un accionar que va desde el más elemental y primitivo existencialismo a un globalismo sin proyecto humanista, cristiano o teológico, al menos socialista, donde prime un concepto del hombre que sea una referencia clara de qué es lo que se pretende y alrededor de lo cual se pueda discutir y procurar consenso.
La falta de identidad causa apatridia, el no tener compromiso ni con el pasado ni con el futuro. Aunque, como propuso José Ingenieros en El Hombre Mediocre, sea necesario romper con el pasado, o asumir valores del pasado siempre que sean bases del proyecto futuro. Algo totalmente diferente del costumbrismo o el tradicionalismo o cualquier sentimentalismo o nostalgias mediocres.
Sin identidad no hay viabilidad de propósito. Lo primero es la diferenciación: “Separar para mejor unir”, como decía Roger Veckemans; “para unir en base valores, objetivos y propósitos comunes”.
Cualquier proyecto nacional debe ser opuesto a la mezcla pura y simple, a la amalgama u homogenización, local, internacional o universal, según propone el globalismo.
La identidad individual y colectiva debe ser la respuesta contra la nada, la náusea existencial y contra un globalismo de oscuros propósitos que llevarían al desastre de lo humano y a la entropía espiritual.
Esaú fue un heredero del mayor plan conocido para la humanidad. Le sobró lujuria e indisciplina. Le faltó fuerza espiritual para asumir la difícil tarea de formar parte del plan de Dios para superar la maldad inherente al egoísmo autodefensivo congénito o desarrollado por la naturaleza humana inclinada al caos y la autodestrucción. Esaú eligió la identidad y el proyecto equivocados.
La ausencia de amor, el individualismo y el sensualismo producen dolor, ansiedad, anomia y alienación mental autodestructiva. Equivalen al pecado, al egoísmo y egocentrismo bíblicos.
Se trata del mayor de los dilemas: buscar a Dios o procurar, o permitir la auto destrucción. “To be or not to be”, “Ser o no ser. Este es el asunto”. De esto y solo de esto se trata la persona, la patria y el destino de la humanidad.