Problemática. En el transcurso del año pasado escribí por este mismo medio de comunicación acerca de la respuesta a esta pregunta: ¿Qué significa una palabra castellana de cuatro letras: Dios?[1] Eso sí, condicioné la pesquisa empleando la metáfora del río Rubicón. Aclaré en ese entonces que el reto consistía en pensar objetivamente dicho significado, pero sin por ello apelar a la inocencia original o a la fe, realidades esas que hacen las veces de riberas que circunscriben la corriente de agua a la que estamos sometidos en vida
Debido a las conclusiones alcanzadas, amplié la búsqueda e indagué por el empirismo más sistemático y profundo en la filosofía del mundo occidental. Me refiero al de David Hume, dada su objeción a todo conocimiento que no esté enraizado exclusivamente en la experiencia sensorial, lejos siempre de cualquier generalización indemostrable y de atajos lógicos, deductivos, espurios.
Daba por sentado así que el insigne pensador escocés exponía su discurrir basado en la experiencia aristotélica y, subsecuentemente, en contraposición a las ideas esgrimidas por Platón en su connotada Academia.
En ese ir y venir, como bola de billar por el tiempo, recurrí a Tomás sin poder controlar mi espíritu sistemático. Por eso afirmo que el inigualable dominico de Aquino permanece hoy olvidado, de amigos y de adversarios. Y eso así pues, dada la congruencia de la fe y la razón, análoga según Tomás a la unidad del cuerpo y el alma, todo lo que es coadyuva al esclarecimiento de este enigma:
¿Existe ese o eso que denominamos Dios, así, en singular, en tanto que es conocido en el mundo espacio-temporal gracias a nuestras experiencias sensoriales y habilidades cognoscitivas?
- Razonamiento objetivo. En la respuesta a esa pregunta aparece el valor insuperable de la argumentación del Doctor Angélico; algo así a lo que acontece a propósito de su enfrentamiento con Averroes. Una vez más, su razonamiento está sustentado de manera exclusiva en la objetividad factual, sin asidero en documentos y dogmas de la fe que profesa su conglomerado eclesial y tampoco -claro está- en la arbitrariedad o intimidad de su propia subjetividad.
Lo antedicho no niega que el pensamiento especulativo de Tomás siempre, a mi entender, estuvo al servicio del teológico. La filosofía en sus escritos procura establecer verdades y principios teológicos, pero sin prescindir del mundo material, sensible. Más aún, cualquiera de las cuestiones abordadas por él es adaptable al cuerpo doctrinal católico.
Es por eso que Dios -como creador de todo lo existente- es el principio y fundamento de la filosofía de Tomás. En efecto, para el filósofo, la cima a alcanzar se halla en el logro de pruebas racionales que demuestren Su existencia, sin recurrir a actos de fe ni a principios teológicos.
Haciendo gala del vocabulario de la época medieval, estamos en un mundo en el que la razón natural del ser humano se vale a sí misma en los contornos de la teología natural, al extremo de llegar al principio innegable de Dios.
Este resulta `Ser´ -quizás solamente con minúscula- alfa, también omega, de sí mismo, de su propia actualidad, tan eminentemente original y eficientemente plena, como final.
Eso concierne a algo así como descubrir que Dios es el origen y fin de todo pensamiento humano, racional. Pensamiento este no circular y tampoco de substancia panteísta, pues sabemos objetivamente que es debido a la inexistente -y, por tanto, ignota- nada (agujero negro) que aparece -no lo más, sino- lo menos, eso que en la medida en que es y existe permanece en su estado singular inconfundible con el Dios o Ser de todo. - Existencia de Dios. Las pruebas de la existencia son, para Tomás de Aquino, necesarias y posibles. Necesarias porque él no admitía la doctrina de la iluminación agustiniana, pues el hombre no tiene idea de Dios de manera innata y por eso mismo la exigencia de su demostración.
Y la existencia de Dios es demostrable, ya que hombres y mujeres pueden alcanzar el conocimiento de ese Ser de modo natural, -siempre y cuando se afiance en la realidad sensible.
Para demostrar la existencia de Dios, el oriundo de Aquino, en Italia, tiene como referencia el argumento ontológico utilizado por San Anselmo de Canterbury. Lo examina y lo rechaza. Tomás considera que no todas las personas pueden entender que Dios sea aquello infinito, inconmensurable, que mantenemos figurado en pensamientos.
En la «Summa contra gentiles» y en la «Summa teológica», objeta que en el argumento en cuestión se produzca un salto ilegítimo que consiste en pasar del mundo ideal del pensamiento al hecho evidente y sensible de la existencia de la divinidad.
Las pruebas de la existencia de Dios no pueden darse a priori, como defendían eminentes figuras de la cristiandad como los santos y doctores de la Iglesia católica, Agustín de Hipona y Anselmo de Canterbury, sino que ellas son siempre verificadas a posteriori, a través del mundo sensible que a diario percibimos y experimentamos. Al igual que antes Aristóteles, Tomás de Aquino era consciente de que no se podía llegar a un conocimiento exacto de la divinidad partiendo de una abstracción irreal y no verificable.
Todo conocimiento humano -a no confundir con otros como el innato y artificial, por ejemplo- empieza a partir de lo empírico, la realidad corporalmente sensible y experimentable.