Debatir o perecer

Debatir o perecer

Carmen Imbert Brugal

Dos muchachos esperaban ser recibidos por el director del periódico Listín Diario. El asombro era proporcional al atrevimiento de solicitar una cita. Mirábamos a la más que fiel secretaria, hasta que ella, sonriente, decía pasen y ahí estaba el hombre, imponente, cigarro en boca, lápiz en mano, rodeado de papeles. Rebuscaba las cuartillas, releía, subrayaba, preguntaba y salíamos con la esperanza de la publicación. Recurrente la experiencia de dos estudiantes universitarios con inquietudes políticas, literarias, jurídicas que de manera inexplicable disfrutábamos la atención de Don Rafael Herrera Cabral.

El hacedor de aquellos editoriales que marcaban la ruta del quehacer político, atenuaban el desconcierto en momentos cruciales de la vida nacional y servían de alerta, podía perder cualquier debate. Erudito, lector empedernido, autor de frases lapidarias que todavía son citadas, mascullaba las palabras.

De mirada elusiva, sonrisa escasa, despeinado, distraído, hubiera estado en desventaja frente a cualquier tunante locuaz. Vale la remembranza más que volver al lugar común del icónico enfrentamiento entre Nixon y Kennedy- 1960-con la condigna repetición de quien perdió en la radio y ganó en la pantalla o la cita recurrente del debate más que temerario entre el candidato Juan Bosch y el sacerdote Lautico García, ocho días antes de las primeras elecciones post tiranicidio, para mencionar otro triunfo de la minoría que pauta y decide. Como si se tratara de una exigencia establecida en la ley, tanto insistieron que habrá función. Sumarse o perecer, aplaudir o callar es el desafío ahora que todos a una repiten la necesidad de debates para calibrar la catadura de un aspirante a jefe de estado. Más allá de los requisitos establecidos en la Constitución, de las disposiciones de la Ley Orgánica de Régimen Electoral, las organizaciones de la sociedad civil quieren combate y lo tendrán. Difícil zafarse, los promotores saben cómo sancionar a quienes no complacen sus demandas.

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Los congresistas sí necesitan debatir, pelear, para justificar sus proyectos, el jefe de gobierno, sin embargo, debe tener todas las virtudes de “El Político” de Azorín, defender y aplicar su programa de gobierno, exponerse a las preguntas de la ciudadanía, de los representantes idóneos de los medios de comunicación. El debate, que auguro “light”, con ese pudor tan distante de la refriega política nuestra, no es condición para demostrar cualidades de liderazgo ni para lograr un buen gobierno. En estos tiempos de agravios sin contén ni consecuencias, la apuesta es por el espectáculo. Queremos ver a los candidatos sudorosos, trémulos, con corbata inadecuada para decidir, luego del trance, el voto. Será inicio, novatada, sin acopio de la experiencia que tienen otros países con tradición de debates, moderados por profesionales con credibilidad, como relata Campo Vidal en “La Cara Oculta de los debates electorales”.

Joaquín Balaguer, cuando su ceguera era inocultable y servía para descalificarlo como candidato, contundente dijo: no voy a Palacio a ensartar agujas. Razón tuvo, porque a Palacio se va a gobernar. A partir de este ensayo serán “tendencia” los gobernantes que rebatan y noqueen, lejos de la solemnidad y del ingente trabajo que exige la presidencia.

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