En su libro “Todo es aires” (Huerga y Fierro, 2023), Basilio Belliard recoge su poesía esencial. Uno de los mejores cuadernos de poesía que se han publicado en estos años. Lo que podría ser una revelación para aquellos que no lo han leído. Desde 1991, Belliard viene dando muestras de su singular poesía. En “Vuelo de la memoria”, (1999) recogió siete libros de poemas lo que muestra un hacer constante de un poeta que se inicia en el Taller César Vallejo, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Luego vinieron otros: “Sueño escrito” (Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña, 2002), “Balada del ermitaño”, “Prácticas de sueños” (2014), “Piel del aire” (2011), entre otros. En este libro los poemas escogidos aparecen bajo: “Los manantiales amarillos”, “Prácticas de sueños” y “La danza de las cigarras”.
Su labor poética la ha acompañado con el ensayo, género del que ha publicado varias colecciones: “Soberanía de la pasión” (2005), “El imperio de la intuición” (2013), una monografía “Octavio Paz: temporalidad y soledad” (2021). Es docente universitario, antólogo y animador cultural. Es conferencista y ha presentado nuestras letras en América y Europa.
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Su poesía se encuentra en el camino de la gran poesía que busca redefinir, nombrar y hacer un nuevo mito del mundo. Belliard ha sabido recorrer ese camino, sin reclame, sin volver la mirada al pasado de la poesía; ni al interés en decir más que lo que lo humano puede expresar de ese caminar en la búsqueda del arte verdadero. Leerlo es recordar los intentos de darle al poema un lenguaje. Una manera de mirar el mundo. Una forma de concebir un sujeto en la abstracción poética. Mir diría que Basilio Belliard se mueve cual el torrero, pero creo que con mayores aciertos.
Ha sabido buscar aquello que sólo la poesía puede nombrar. De ahí que se acerque a los escritores de la generación anterior, a los que a veces parece ver como sus maestros. Pero eso no es del todo así. Él tiene más de un contemporáneo que de un hombre con las preocupaciones estéticas de los ochenta. Poeta de los noventa, Belliard parece una figura que conecta la nueva estética neorrealista, pero él no tiene nada de lo que dan muestra los poetas de los noventa. La trova de Belliard es de puro símbolo, de explorar de una poesía que no es del todo pura, porque en ella se nota el poeta que mira, que observa, pero que a la vez eleva en su carrusel de tropos la dignidad de las cosas comunes.
No es un autor de la cotidianidad, de lo social… Tiende a la ensoñación, aunque ese es un ropaje muy débil para definir su poesía. Argonauta de la belleza y de la forma, resuma a Paz y a Borges, ma non troppo. Se levanta en un horizonte donde la palabra crea un nuevo vocabulario para decir el ser. A veces parece un forjador de nuevos mundos tal un poeta obsesionado por las esencias o las substancias. Aunque su poesía no es un filosofar. Se acerca a la filosofía en lo que la disciplina del pensamiento tiene de poética, de indagación de los universales.
Algunos conceptos dialogan en su obra: la nada, la eternidad, la poesía, el lenguaje… El poema cual si fuera exteriorización y prueba… En su poesía es constante el interés de darle sustancia, nombre, universalidad a las cosas que mira. De ahí que tiene en su hacer una trova, un compromiso con la poesía misma. Cabalga en los caminos del arte en su hacer poético. Sin las cuitas de los ochenta. Ha sido víctima muchas veces de los cardenales de la cotidianidad literaria. De una ciudad letrada que funciona con ideas muy preconcebidas. Leerlo es liberarse de esos juicios pesados. Ver cómo dialoga con la gran poesía, cómo entra y sale de nuestra tradición a la vez que se perfila cual una de las voces más destacadas de la poesía de fin de siglo XX.
En “Diario de un autófago” (1997) define su poética de esta manera: “La poesía es un diálogo dramático —y toda poesía es dramática— del ser consigo mismo, diálogo que es el soliloquio de la memoria poética” (14) Y añade: “La imaginación se vuelve sentido verbal en el poema. La página —espejo del poema—, no es sino el cuerpo en que se realiza el sueño del mundo; leer ese mundo es en cierto modo, ser quien lo escribe”.
En sus vuelos en procura de una poesía que ya ha encontrado en la tradición latinoamericana, Basilio Belliard (Moca, 1967), se sabe el creador de un nuevo abecedario poético en que las cosas comienzan a tener sustancia; una manera en que el poeta es el viejo trovador que encanta. Dominando el lenguaje poético sin hacer concesiones a las distintas escuelas y tendencias, Basilio crea, desde la imagen y las metáforas, un lenguaje nuevo para decir lo universal de las cosas.
Sobre él ha escrito con sobrada razón Adolfo Castañón: “sus poemas recuerdan esos signos —a veces hermenéutica runa— que encontramos cincelados en las piedras antiguas o, más orgánicamente, los tajos con que se graban a navaja unas piedras sobre tronco torturado de un árbol. Belliard no ignora que la poesía exige distancia, que sólo arde la leña seca; su palabra busca apartarse de la profusión y de los caudalosos contoneos con que los potentados de la pasión marcan su territorio” (1999).
Para ubicarlo en el tiempo poético, dice Pedro Granados en “Breve teatro para leer la poesía dominicana reciente” (Media Isla, 2013): “En “La poesía que vendrá” ya calificamos a Belliard como “poeta puente” entre los 80 y los 90, cuando de verdad logra desprenderse de los preciosismos inútiles que lo atan a la denominada “poesía del pensar”; y agregamos que perplejidad ante lo cotidiano, parodia, fragmento y fábula serían ingredientes que fluyen a través de él hacia la poesía del 2000”. En su poesía posterior, sin embargo, parecería reafirmar su imagen tenaz de poeta puro tras las huellas de Novalis” … de Eguren y Paz (77).
En breves trazos estos críticos han visto las rutas cardinales de la poesía de Belliard, sus caminos por la gran poesía contemporánea. Ese ver, intuir y escuchar el poema que se hace. Un sujeto poético que es la averiguación de un mundo de imaginación. Caballo cargado de sueños que vuela en busca de la poesía; torero del lenguaje poético que se hace en la página. Artífice de sueños, fabulador o sustantivador de nuevas rutas. Es difícil reducir esta poesía a unas pocas manifestaciones. Y es conveniente verla en el espesor de una llanura en la que cabalga su imago que funda lo nuevo en el mundo.
En fin, Basilio Belliard presenta en “Todo es aires» una poesía esencial y distintiva, consolidada desde 1991 y enriquecida en “Vuelo de la memoria» y «Sueño escrito”. Belliard, iniciado en el Taller César Vallejo, rehúye los moldes de la cotidianidad social y explora la abstracción poética y la ensoñación. Su poesía, influida por Borges y Paz, pero con una voz propia, busca universales que definen lo humano. Como “trovador” de los noventa, conecta lo simbólico con lo contemporáneo, alejándose del neorrealismo de su generación y elevando lo cotidiano a través de un lenguaje poético puro y novedoso.