Es mucho lo que se ha escrito, durante los últimos años, sobre la degradación de nuestra vida política y sus protagonistas, que ha venido de mas a menos desde la desaparición física de los grandes líderes que apuntalaron nuestra vida democrática, y nada ilustra mejor esa triste realidad que la irracional oposición a la realización, desde hoy hasta el próximo 24 de noviembre, del X Censo Nacional de Población y Vivienda, al que ayer le expresaron su total respaldo el Episcopado Dominicano y las iglesias evangélicas, así como organizaciones empresariales y de la sociedad civil, entre otros sectores de la vida nacional.
En un país donde nos conocemos todos no extraña que la ultraderecha, que enarbola como bandera un anti-haitianismo visceral y patológico, se haya propuesto impedir su realización bajo el alegato de que persigue regularizar a los haitianos ilegales, a los que también hay que contar no solo para conocer el tamaño verdadero de la “amenaza” sino también, como señaló el director del Censo Víctor Romero, porque consumen bienes y servicios de todo tipo, desde alimentos hasta viviendas.
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Pero sorprende, y hasta cierto punto alarma y preocupa, que un político joven como el vocero de la Fuerza del Pueblo en la Cámara de Diputados, Omar Fernández, le haga coro con tanta ligereza a ese fallido intento de boicotear el censo con el argumento pueril de que antes se debe mejorar la seguridad ciudadana y atender los reclamos de algunos sectores sobre “asuntos que no quedan claros” sobre las boletas censales. Y todo eso para coincidir, aunque se disfrace de esa manera, con el vinchismo del que su padre, el expresidente Leonel Fernández, se declaró públicamente seguidor.
Una verdadera lástima, insisto, porque se trata de un político joven que por esa misma razón tiene mucho que aprender todavía, como acaba de demostrar al endosar una posición tan contraria al buen sentido y los mejores intereses del país que, supongo yo, algún día aspira a gobernar.