La razón de toda democracia es proteger la dignidad de las personas; fomentar y garantizar el bienestar individual y social de los miembros de una comunidad participativa e igualitaria. Es lo contrario a lo que fue la dictadura Trujillo, cuando él y su familia, usando el poder de Estado que controlaban, dispusieron a su antojo de la integridad física y moral de las personas y del patrimonio de la nación.
Por: Patricia Solano y Juan Miguel Pérez
Trujillo no inauguró el autoritarismo en República Dominicana pero lo llevó a su máxima expresión creando una concentración de poder como en pocos países se ha conocido. Cuando esa dictadura cae en 1961, los anhelos eran inmensos. Por una parte, estaba el pueblo, deseando la más básica libertad: poder hablar, expresarse, circular sin ninguna traba, dejar por fin de ser vigilado, fundar partidos, votar y hallar medios para vivir.
Para esto último había que transformar el esquema económico, distorsionado por la forma voraz con que Trujillo y familia asaltaron salvajemente al Estado dominicano.
Otro tipo de anhelo era el de una élite que pretendía simplemente ocupar el lugar de Trujillo en ese esquema de saqueo a la riqueza pública, y ese grupo se impuso con un golpe de Estado en 1963.
Con esa y otras acciones se garantizó impunidad a los crímenes de la tiranía que desde entonces hasta la fecha de hoy, ha permitido que gran parte de una tradición trujillista continúe operando en el seno de las instituciones públicas.
Las prácticas autoritarias siguen vigentes en la cultura política dominicana.
La hiriente desigualdad social entre una minoría con una cantidad extraordinaria de recursos en su posesión y una gran mayoría de dominicanos sin lo suficiente para vivir es el resultado de la concentración de poder, y esa calamidad afecta la convivencia.
Toda desigualdad social se vive en el subconsciente de los más desfavorecidos como una agresión, un acto de violencia que inicia una espiral donde en muchos casos, las víctimas de esa desigualdad, al tratar de buscar compensación por sus propios medios, o desahogarse en sus frustraciones, se convierten luego en victimarios de alguien más.
La otra sombra de autoritarismo que sigue viva para los dominicanos es la violencia de Estado a través del uso abusivo de la fuerza pública en perjuicio de los ciudadanos, un legado directo que sembró el trujillismo: el “jefe” o funcionario es quien “manda”, cuando en realidad, en una real democracia, manda la ley; el pueblo es el soberano, de él emana el poder, y los funcionarios públicos son sus servidores.
¿Qué es entonces la democracia en la sociedad dominicana de hoy? ¿Es válido hacer comparaciones entre aquella dictadura y esta democracia? No, porque no hay total democracia y porque los pilares del trujillismo siguen vivos sin Trujillo: concentración del poder, culto a la personalidad, violencia de Estado y apropiación de recursos públicos. Pero esa clase está pendiente. Para unir esas dos puntas, seguiremos con el tema en otra entrega.
La otra sombra de autoritarismo que sigue viva para los dominicanos es la violencia de Estado a través del uso abusivo de la fuerza pública…