He dicho otras veces desde aquí que nuestros delincuentes son cada vez mas osados, casi hasta la desfachatez, como si no les tuvieran miedo ni respeto a la autoridad ni a quienes la representan, y siempre me dan la razón. Vuelvo sobre el tema por el hombre que el pasado martes asaltó a punta de pistola, con su hija de apenas un año cargada en brazos, una banca de apuestas en Moca. Luego de cometer el robo dejó abandonada a la niña, que fue rescatada por vecinos del establecimiento y entregada a las autoridades.
La Policía, que identificó al asaltante solo como Anthony, dijo que ”persigue activamente” al prófugo, quien según el fiscal de Moca enfrenta cargos por robo a mano armada y abandono de una menor en situación de peligro, al que exhortó a que se entregue. La escueta información, que no fue publicada por ninguno de los periódicos impresos, no permite saber qué pasó finalmente con la niña, ni quién es su madre ni dónde estaba cuando su papá se la llevó, pero luego de lo ocurrido es fácil adivinar la vulnerabilidad de la menor.
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Tampoco hay que tener mucha imaginación para saber que su papá, que probablemente sea, como muchos jóvenes que delinquen, un adicto a las drogas, un “pipero” como los llaman en las calles, es un candidado a caer abatido en un intercambio de disparos que le ponga punto final a su carrera delictiva. Pero también a la posibilidad de haber sido otra cosa (ingeniero, maestro) si la vida, o mejor dicho la sociedad en la que nació y vive, le hubiera dado la oportunidad de por lo menos intentarlo.
Pero mañana es otro día y hay que pasar la página, pues la insidiosa rutina debe proseguir su curso. Pronto lo que acabo de contarles pasará a ser una anécdota que solo algunos recordaremos, por lo que probablemente nunca sepamos qué habrá sido de la vida de esa niña ni la del papá que la utilizó como carne de cañón, que con toda seguridad no será muy larga si por el camino que va se convierte en un “reconocido delincuente” con los días contados.