Uno de los principales psiquiatras españoles, el Dr. Juan José López-Ibor, señaló en 1982 que la depresión puede estar oculta detrás de cualquier trastorno de conducta. Debemos hacer siempre un diagnóstico diferencial de los estados depresivos que abarcan: trastornos de angustia y ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo, trastorno bipolar, trastornos adaptativos, síntomas negativos de la esquizofrenia y consumo de tóxicos. Estas condiciones mentales deben considerarse frente a una serie de condiciones orgánicas, pues se pueden presentar en varias especialidades: trastornos endocrinológicos, trastornos tiroideos, infecciones, tuberculosis, sida, y en las condiciones neurológicas como el Alzheimer, Parkinson, ictus, epilepsia, esclerosis múltiple, cánceres, dolor crónico. Sabemos que son los psiquiatras y psicólogos los expertos en el manejo en este campo, sin embargo, cualquier especialidad médica debe estar atenta a esta entidad que se presenta con mil caras, para poder hacer el adecuado manejo y temprano referimiento de esta condición emocional, que hoy día es muy común. Es secundaria en gran medida a lo que hemos vivido en estos últimos dos años y que el presente sombrío entintado de angustias y desesperanzas las aumenta.
Hay una depresión típica y una atípica: esta última cursa con gran apetito se aumenta de peso, generalmente se inicia en la adolescencia, aumentan las horas de sueño y es más común en las jóvenes. La primera, la típica, tiene disminución del apetito, hay pérdida de peso, gran insomnio, acompañada peligrosamente de la ideación suicida. En ambas la tristeza y la apatía predominan. De acuerdo a una publicación en la prestigiosa revista Lancet, se estima que la depresión y la ansiedad no tratadas son responsables de más de 12,000 millones de días productivos perdidos al año en 36 países, equivalentes a una pérdida económica de más de 925,000 millones de dólares.
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Entre las máscaras conductuales que tiene la depresión están: trastornos de personalidad, apatía, irritabilidad, tristeza, conductas autodestructivas, consumo de sustancias, delincuencia, criminalidad y al final suicidio. Pues hoy sabemos que la tristeza de la depresión es más que un simple trastorno del ánimo, pues es capaz de dañar nuestras neuronas. Produce una alteración de las células microgliales que son los reguladores inmunitarios del cerebro, expresándose en las citoquinas (proteínas para las respuestas de otras células), es decir, que se convierte en un proceso inflamatorio tóxico para las neuronas cerebrales. Es por eso que la neuroinflamación en la depresión podría abrir nuevas vías para el tratamiento de esta enfermedad. De lo anterior podemos concluir que la tristeza de la depresión puede producir cambios dañinos estructurales y permanentes en el cerebro, cambios neuroendocrinos y moleculares.
En estas vivencias de severo estrés por la pandemia, las condiciones de demanda emocional, trastornos por ansiedad, trastornos del sueño y de adaptación, la depresión y la conducta suicida han aumentado y ameritan de un manejo de emergencia, ya que este paciente debe ser tratado por manos expertas. Pues eso de decirle: “mejora, pon de tu parte, piensa en positivo, anímate”, estos simples juicios no habrán de mejorar al paciente ya enfermo. El enfoque terapéutico debe hacerse enérgicamente, con medicamentos (la farmacoterapia) con soporte emocional adecuando, con psicoterapia y hoy se agregan enfoques alternativos. Abordándolo con una relación de confianza y colaboración para con el paciente. Informarle sobre su estado depresivo y la necesidad de mantener el tratamiento, elegir el fármaco más eficaz en cada caso, utilizar apoyo socio familiar, en procura de su recuperación, para que ese paciente enfermo de la “tristeza” vea al final del túnel la luz brillante de su recuperación.