Hoy no dan ganas de escribir de ninguna otra cosa que no sea de lo que pasó en Jet-Set, de las víctimas fatales que no paramos de contar, de los rostros que reflejan la angustiosa espera de los que todavía no saben dónde está su hijo, su hermana, sus padres, mientras se aferran con desesperación a la endeble esperanza de que todavía estén vivos bajo los escombros que sepultaron, con la violencia de lo irreparable, todos sus sueños, todo lo que quisieron ser o pudieron haber sido.
Hoy no dan ganas de escribir de ninguna otra cosa que no sea de los que ya no estarán con nosotros, de la sonrisa que no nos dará la bienvenida por las mañanas, del abrazo que solo será un cálido recuerdo agigantado por el dolor de la pérdida, de las palabras que ya no volveremos a escuchar; de las manos que no podrán acompañarnos, con su fuerza y aliento, el resto del camino.
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Hoy no dan ganas de escribir, y mucho menos de preocuparnos, por la forma en que nos impactarán los aranceles que impuso Donald Trump, quien ha convertido la Casa Blanca en el manicomio mas grande del mundo, pues todo eso, de repente, ha dejado de tener importancia. Como ha dejado de tenerla, también, saber cuántos haitianos ilegales hay en el Hoyo de Friusa, o de quién es la culpa de la “invasión silenciosa” que por un lado criticamos con acritud mientras por el otro, con la doble moral al uso para este tema, la auspiciamos y promovemos porque demasiada gente de este lado de la frontera se beneficia de ese trasiego.
Hoy no dan ganas de escribir de otra cosa que no sea de la solidaridad de un pueblo que, en sus peores momentos, saca siempre lo mejor de sí y se crece por encima de sus limitaciones; que sabe ser solidario cuando verdaderamente importa, que será capaz de levantarse, de sobreponerse al dolor y la tristeza a pesar de las adversidades.
Hoy no dan ganas de escribir sobre nada, en realidad, pero debo llenar el espacio de esta columna aunque solo sea con este desahogo.