En un país signado por la ambigüedad de que sus ciudadanos se distinguen por el interés de ir a las urnas aunque las encuestas no muestran que tengan bien vistos a los políticos, los que peores opiniones sustentan sobre los liderazgos partidarios son ellos mismos. Ninguna administración gubernamental de esta democracia ha escapado a pronunciamientos condenatorios procedentes de su propia especie.
No bien pasaron a ser oposición los cuadros superiores del PLD hace dos años, desde el nuevo oficialismo se escuchó decir, vía el flamante Ministerio de Economía y Desarrollo que: «las recientes elecciones en la República Dominicana acabaron con el reinado del Partido de la Liberación Dominicana que configuró un sistema atravesado por la corrupción que profundizó el régimen de privilegios y precariedad».
Y el propio presidente saliente, licenciado Danilo Medina, que ahora es mencionado innúmeras veces en un grueso expediente de supuesta corrupción, no bien se vio desprovisto de la banda presidencial, huyó hacia su hogar sin integrarse a la ceremonia para sumirse en un anonimato que duró hasta estos días, temeroso, como el diablo a la cruz, al ardor de las críticas que le cañonearían.
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Fue un hecho de pocos precedentes (Bonnelly no acudió a la asunción de Bosch en 1963) el de un exmandatario que escurre el bulto en el momento más solemne de la transmisión de mando. No sabía literalmente lo que habría de decir su sucesor en el discurso central de la ceremonia, pero tenía contundentes motivos para presumir que no habría, ni remotamente, flores para él.
El Tiempo Latino, un acucioso órgano español que sigue el curso de la política en este hemisferio, no vacila en sostener que en los orígenes de las crisis políticas dominicanas siempre aparece el «ajuste de cuentas político» muy a propósito de que después de la suspensión de las elecciones municipales de febrero 2020 la democracia de este país quedó a prueba y «en un estado de semi cuidados intensivos, hechos que de una manera u otra, laceraban el sistema democrático».
Los analistas de ese reconocido foro vieron en ese momento a la República Dominicana al borde de un «rompimiento del orden constitucional» por las fallidas elecciones municipales del 16 de febrero del 2020, «un fiasco electoral que ocasionó unas elecciones que tardaron más en iniciar que en ser suspendidas».
Aunque pocas veces para bien, la sociedad dominicana es descrita desde las especulaciones sociológicas del «Barómetro de las Américas» como «partidocéntrica» aseverando que el sistema político dominicano se ha caracterizado por el dinamismo y la polarización de los partidos, en principio por razones ideológicas y en décadas más recientes por «los intereses clientelistas». El arribismo y la demagogia como sustitutos de las grandes corrientes del pensamiento.
¿Padre de la democracia?
Rechazado a todo lo largo de su vigencia por las contrapartes partidarias como un autoritario ilustrado, Joaquín Balaguer recibió andanadas de desaprobación al cierre de sus traumáticos primeros doce años de rol como mandatario en democracia y fue tildado para siempre jamás -como bien recordó la analista Rosario Espinal recientemente- como «aniquilador de las distintas tendencias de la izquierda: muertos, presos y exiliados».
Los escasos dirigentes políticos que escaparon a su seducción como repartidor de canonjías e investiduras con las que halagaba vanidades en su larga carrera pública, le atribuyeron a Balaguer el haberle dado a la corrupción y al clientelismo sus formas modernas, aplicando técnicas neotrujillistas que sirvieron para expandir nutridas clientelas de civiles y militares.
Aunque algunas víctimas de su estilo ambivalente que prodigaba privilegios o perjuicios según conviniera llegaron a considerarlo «padre de la democracia», incluyendo al doctor José Francisco Peña que por sus maniobras nunca fue Presidente, la politóloga Espinal considera que Balaguer caracterizó sus administraciones como excepcional en la asignación de obras de grado a grado con pago de sobornos y la distribución de bienes a cambio de apoyo político.
Golpes a Leonel
El doctor Leonel Fernández ascendió a un tercer mandato (2008-2012) abrazado al reeleccionismo que fustigó antes, gracias a que el electorado no hizo caso a los objeciones de sus competidores que lo consideraban el causante persistente de la mala calidad de los servicios públicos de salud, de los altos niveles de desempleo y pobreza y de los escándalos de corrupción que a juicio de la vocinglera oposición venían golpeando a su administración número tres.
La legitimidad de su elección fue cuestionada por los derrotados, políticos con los que por momentos se entendía maravillosamente, que pusieron bajo sospecha parte de los fondos empleados para financiar la campaña del PLD y alegando un uso abusivo de los recursos del Estado por el partido de Gobierno, una seria irregularidad que motivó una advertencia desde la OEA. En su informe de evaluación de los comicios el órgano hemisférico consideró comprobado el empleo de publicidad estatal con fines proselitistas.
Aunque implícitamente el exmandatario se reputa a sí mismo como «maestro de la buena gobernanza», aquellos políticos que preferían ser ellos los que estuvieran en el poder lo despidieron de ocho años de ejercicio afirmando que había dejado al país como «campeón mundial» de la malversación y corrupción, con declive para la economía de la capacidad competitiva y resaltando el contrato de 130 millones de dólares con la Sun Land, considerándolo el mayor escándalo de la historia nacional, por lo menos hasta ese momento.