Las enfermedades mentales desde los inicios del mundo han sido estigmatizadas, prejuiciadas y rechazadas y por demás, condenadas y separada de las políticas en salud. Culturalmente a los trastornos mentales le buscaban una explicación de influencias diabólicas, de “posesión de lo malo” “demonios que poseían a las personas” o de fuerzas negativas que entraban al cerebro, así fue por siglos, donde los enfermos mentales fueron encarcelados, encadenados y apartados del resto de la sociedad.
Siglos después, a los “males mentales” le buscaron razones mágico-religiosas o “de brujería”, “espíritus malos” “almas vendidas” o de malos comportamientos con determinados Santos o de rechazo a lo “divino o ancestral”.
Con el avance de las ciencias y los estudios genéticos y del comportamiento, se les dio otra dimensión a los trastornos mentales, buscándole sus orígenes en determinadas áreas del cerebro, a sustancias químicas, emocionales, hormonas y a respuestas psicosociales.
La otra mirada, fue buscar una explicación a los trastornos mentales como resultado integral, o sea, biopsico-etno-antropologico y espiritual, debido a que el ser humano enferma desde su cultura, su condición genética, sus interpretaciones y creencias, sus emociones y defenza, su nivel de educación, su crianza, y el medio donde se desarrolle, socioeconómico y sociopolítico y espiritual.
Los trastornos mentales no son el resultado de un solo determinismo, ni reduccionismo de la condición humano, se deben a factores multifactoriales que, repercuten de forma diferente en una cultura, una familia y hasta en una persona.
Puedes leer: El cerebro y el amor
Ahora, con los avances de la genética, la neurociencia, los medios diagnósticos, los estudios clínicos y las comorbilidades médicas, los trastornos mentales tienen como base al cerebro, lo biológico, lo psicológico y lo psicosocial.
Hoy sabemos que la esquizofrenia y los trastornos bipolares o la depresión, se deben a bloqueo o cambios químicos: dopamina, serotonina, norepinefrinas, glutamatos ect. Pero también, influye en la aparición temprana de los trastornos mentales, el abuso y consumo de drogas: marihuana, cocaína, heroína, anfetaminas, alcohol y LSD.
Además, una persona expuesta a un estrés crónico, a conflictos permanentes puede alterar su condición psicológica y emocional, repercutiendo en el sueño, el bienestar, la conducta y las respuestas psicosociales del día a día.
Después de la pandemia del COVID-19, la salud mental cobró importancia, se ha puesto de moda, se busca la ayuda y se desmitificaron los trastornos mentales, debido al riesgo y vulnerabilidad en que se vivió de forma colectiva: angustia, ansiedad, miedo, incertidumbre, nerviosismo, depresión, crisis existencial, etc.
Los trastornos mentales son enfermedades del cerebro, que repercuten a nivel psicológico, social y laboral. Literalmente, para las próximas décadas los trastornos mentales seguirán aumentando y repercutiendo en personas de menor edad.
Vivimos en mundo estresado, conflictivo y de crisis migratoria. Las economías y los modelos de bienestar y de calidez y calidad de vida están crisis.
Los Estados, las instituciones, las familias, medios de comunicaciones, universidades e iglesias, deben ayudar en la psicoeducación en salud mental.
Sin salud mental no hay salud física, ni emocional, ni espiritual. Al día de hoy, la salud mental es una expresión Bio-psico, etno-antropologica y espiritual. El avance de los psicofármacos ha ayudado grandemente a la integración laboral y psicosocial de la persona con trastornos mentales, mejorando su calidad y calidez de vida.