No puedo expresar en palabras lo que sentí al participar de la Eucaristía que ofreció el Episcopado Dominicano encomendando al alma de San Benedicto XVI desde la Catedral Primada de América.

Que belleza ver a nuestros pastores desfilar junto a sacerdotes, diáconos y monaguillos desde el último banco de atrás junto a monjitas, laicos comprometidos y el pueblo de Dios. (Templo lleno).

Y es que el Espíritu Santo me afirmaba cuán grande fue este hombre de Dios y con la gran fortaleza con que defendió la sana doctrina desde la Palabra de Dios dando tanta luz en medio de estos tiempos tan convulsos, sobre todo denunciando cuánto daño está haciendo el relativismo en nuestra época.

Vale destacar que su gran legado va más allá del tiempo en el cual fue llamado a ser Vicario de Cristo en la tierra dado que sus amplios estudios teológicos lo han de colocar como un futuro doctor de la Iglesia.

Sentí la pena profunda que pudo experimentar desde la silla petrina por el desprecio y desagradecimiento de tantas almas qué no pudieron calar su recto pensar y difícil modo de actuar mientras tuvo bajo su responsabilidad guiar a la iglesia.

Creo firmemente que le hizo falta el cariño de un pueblo como el nuestro como lo vivió Juan Pablo II cuando piso nuestra tierra y en ella me refiero a América, de quien San Juan Pablo II se refirió el continente de la esperanza.

Me cautivaron profundamente las palabras de S.E.R. Monseñor Freddy Bretón emérito de la diócesis de Baní y presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano quien resaltó la importancia de rezar por nuestros difuntos y que en esa ocasión se ofrecía por el Papa Benedicto XVI.

Me fascinó el relato de su experiencia personal con él, cuando en una visita Ad Limina le pregunto osadamente sobre cómo se sentía con tantos desprecios y como él tan honestamente le respondió diciendo que eso era parte de la Cruz de Cristo.

También puntualizó el gran bien que hizo no solamente durante su ejercicio petrinosino desde su rincón espiritual al retirarse del mismo y que no sabremos hasta dónde pudieron haber llegado esas oraciones.

Finalmente, me encantó escuchar las voces celestiales que siempre se hacen presentes en las solemnidades desde la Iglesia Madre de América y me refiero al coro de la Catedral cuál ángeles terrenales alabando al Señor en la despedida de un muy posiblemente pronto Santo y Doctor de la Iglesia.