En un país donde el día mas claro llueve, aunque no lo suficiente como para que nos pare la fiesta, es comprensible que no le pongamos demasiada atención, por repetitivos y aburridos, a los reportes cotidianos de la Onamet y sus alertas amarillas, verdes y rojas, lo que probablemente cambiará luego del diluvio que el pasado viernes colapsó al Gran Santo Domingo, provocando daños cuantiosos a centenares de vehículos que se “ahogaron” debido a la enorme cantidad de lluvia que cayó de manera ininterrumpida durante tres largas y casi eternas horas.
También es comprensible que en medio de la impotencia y la desesperación de los afectados, entre los que hay que incluir a los que perdieron lo poco que tenían para quedarse tan solo con lo puesto, se empiecen a buscar culpables del desastre, culpas que han recaído en los ayuntamientos y el gobierno central por no haber construido el drenaje pluvial del que solo nos acordamos cuando llueve, aunque la mayoría olvidó mencionar que los plásticos y la basura que tiranos irresponsablemente a las calles taparon los pocos imbornales que tiene la ciudad; el resto es historia conocida.
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A ese coro se sumaron, de manera oportunista, políticos que creen que para tener vigencia deben opinar de todo y si les sirve para atacar al gobierno mucho mejor, y por eso fue posible escuchar a un diputado de la oposición proponer que se utilice el dinero del censo para construir el drenaje pluvial.
Son muchas las lecciones que un evento de esa magnitud, absolutamente impredecible, nos convoca a vivir y asimilar, y ojalá estemos preparados para hacerlo, pues como apuntó ayer un conocido metereólogo criollo lo ocurrido puede volver a repetirse en una semana, un mes o el próximo año, ya que es una de las inesperadas consecuencias del cambio climático.
¿Estaremos preparados? Ese es el gran desafío que tenemos por delante, y no hablo solo del Gobierno y sus funcionarios.