Por: Snayder santana
Lo perpetuo ha de ser siempre el cambio. Con esa sentencia no hay la más mínima discusión, a lo mucho podemos discutir la profundidad o la velocidad los cambios. Quizás es objeto de discusión los efectos del cambio en una materia, en las personas o en una sociedad, pero la existencia de los cambios desde Heráclito hace 2500 años a esta fecha, existe más o menos consenso.
En resumen, el cambio es parte esencial de la naturaleza. Las sociedades también experimentan cambios contantemente, solo que en las sociedades de manera general los cambios se producen a partir de procesos que casi siempre parten de la política, desde el poder y el contrapoder. Esas acciones antagónicas de grupos sociales que se erigen en colectivos políticos, bajo ciertas condiciones producen cambios, algunos imperceptibles y otros notorios y bruscos, a esos cambios bruscos solemos llamarlos disrupciones, esos cuyos efectos trastocan el orden cuasi natural de las relaciones políticas y sociales.
La disrupción como concepto, hace referencia a la interrupción o rompimiento con la manera tradicional de hacer las cosas, en la política la disrupción puede darse en diversas dimensiones de la manifestación de lo político. En el terreno de lo electoral la disrupción es notoria cuando en el escenario incursionan candidatos o candidatas que trastocan todo el espectro del sistema político partidario, esos que establecen nuevas formas de hacer política, abordan nuevas temáticas, forzan novedosas narrativas y con ellas aportan a la superación del sistema, una vez que normalizan un nuevo estado de cosas y visibilizan espacios y personas que antes pasaban desapercibido.
En nuestro país, luego de la caída de la dictadura a principio de los 60s, hasta mediado de los 90s, en sentido general el escenario político estuvo dominado por figuras que, en términos generacionales, políticos y de cosmovisión, aunque levemente antagónicas en algunos casos partían de un mismo palo o canon de la política. La crisis de las elecciones del 1994 se convierte en catalizador que genera la candidatura presidencial del Doctor Leonel Fernández en 1996, convirtiéndose en una candidatura disruptiva, toda vez que suponía una ruptura fundamental con la cúpula política que hasta entonces dominaba el escenario de lo político electoral.
Leonel se convierte en presidente de la república y establece un gobierno de corte neoliberal que rompe con la tradición, se embarca en un proceso de privatización que cierra el siglo XX de la república, trastocando para siempre la estructura del Estado. Inicia el siglo XXI, Hipólito Mejía es el primer presidente electo de este siglo, instaura un gobierno fruto de un proceso electoral donde por primera vez en nuestra historia una mujer ocupa el cargo de vicepresidenta, doña Milagros Ortiz Bosch, una mujer política de larga data abre las puertas para que en las próximas dos décadas dos mujeres más ocupen esa posición, Margarita Cedeño en varias ocasiones y en la actualidad Raquel Peña.
Las Elecciones Generales, Congresuales y Presidenciales, así como las elecciones Extraordinarias Municipales del año 2020 se desarrollaron en un contexto difícil, complejo y sobre la base de una crisis de legitimidad de todo el sistema político electoral del país, en medio de movilizaciones sociales por el fin de la impunidad y la corrupción. En ese contexto se fraguaron candidaturas y triunfos disruptivos en varios niveles de elección, tal es el caso de Carolina Mejía quien gana la Alcaldía del Distrito Nacional y se convierte en la primera mujer en dirigir los destinos del gobierno local en la ciudad capital.
En el ámbito de lo congresual se dieron casos atípicos y disruptivos, ejemplo de ello la candidatura y posterior elección de José Horacio Rodríguez, diputado en la circunscripción uno de la capital por el partido Alianza País. El caso de Omar Fernández también diputado por la circunscripción uno del Distrito Nacional por el Partido Fuerza del Pueblo y el caso de Olfany Méndez diputada por la provincia de Bahoruco por el oficialista Partido Revolucionario Moderno.
El caso de Omar y José Horacio en el Distrito Nacional, es de los casos más disruptivos de nuestra historia reciente, pues lograron primero colocarse en el imaginario colectivo con campañas novedosas. Horacio logra lo que nadie, ser el más votado de la circunscripción
con un partido minoritario, además logran romper la lógica del método de distribución de escaños de D’Hondt, en un caso sin precedentes registrados en el país, que en una circunscripción electoral de 6 escaños se dividan entre cuatro partidos políticos, quedando los dos partidos mayoritarios cada uno con dos escaños y dos escaños en dos partidos minoritarios. El caso de Olfany Méndez que logra ser diputada siendo muy joven en una provincia de tradición conservadora y se convierte en la vicepresidenta más joven de la Cámara de Diputados.
Partiendo de lo anterior, en el caso concreto del Distrito Nacional nos atrevemos a aseverar que, en materia electoral con la incursión de Carolina Mejía, Omar Fernández, José Horacio y otros, electoralmente la capital cambia drásticamente, deja poca posibilidad electoral a perfiles que disten mucho de estos. Para el 2024 la capital será necesariamente para jóvenes y mujeres de la política.
La disrupción como forma de construcción de procesos electorales que generen procesos políticos de cambio, ha de ser materia de análisis para los actores del sistema político que promueven nuevas formas del ejercicio de la política, entender y trabajar la disrupción como estrategia de acumulación y avance de nuevos liderazgos debe ser hoy la tarea de quienes pretendan generar cambios estructurales al sistema político, económico y social del país.
Es menester para los que procuramos una nueva generación que desde espacios de poder promueva y genere los cambios necesarios en nuestro país, estudiar los contextos y las condiciones donde pueden germinar liderazgos disruptivos, el 2024 puede plantearse un escenario interesante a estos fines.