Dominicana y Eros

Dominicana y Eros

Elvira Lora

La siguiente no es una historia de amor romántico, aunque su título lo induzca. Más bien, es el relato de dos artículos periodísticos que en 1924 fueron leídos ampliamente, comentados con afán, pues aquella lectoría quería descubrir ¿quién era la autoproclamada ciudadana que se hizo llamar Dominicana?… y cuál autor de la época resguarda su identidad con el seudónimo olímpico de Eros.

Lo cierto es que Dominicana y Eros titularon sus artículos de manera similar: “La mujer dominicana y sus derechos”. Ella, aunando las voces de todas las nacidas en esta tierra, publicó en el Listín Diario; mientras que él lo hizo tanto en la revista ilustrada homónima y, también, en Ecos del Ozama. Ambos textos circularon en la revista Fémina en aquel octubre de 1924, íntegros, para el registro histórico de la genealogía de nosotras.

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Mientras Eros habla de cumplir las «promesas» —»Ellas lo han hecho todo, a ellas (sic) les debemos tanto que ni siquiera hay la más remota idea de que en un lejano porvenir pudiéramos darle su recompensa prometida»—; Dominicana presenta una lista de desigualdades que afectan, para ese entonces, a las mujeres para la obtención de sus derechos políticos y civiles.

Eros quiere y solicita, por la memoria de María Trinidad Sánchez, que a la mujer dominicana se le permita, de una vez y por todas, participar en la vida pública. Y en esto es enfático: no se trata de un regalo, sino de una «conquista lograda con honor», desde la entereza de la mártir febrerista hasta la labor de las conferencistas que agenciaron contra el ejército interventor, entre 1916 hasta 1924. Para Dominicana, la participación real en lo público depende de la protección para las mujeres sin empleo, para quienes solicita que se instalen fábricas y comercios.

Claro, Dominicana y Eros despertaron a más de una voz opuesta a sus peticiones de ciudadanía. Entonces, tras publicar ambos artículos la mesa editorial de Petronila Angélica Gómez Brea, Consuelo Montalvo de Frías y María Luisa Agnelis de Canino, no tarda Mario E. Guerra en remitir una mordaz réplica, con la augusta intención de que prevalezca el status quo que ambos socavan con sus narrativas emancipadoras. Así, expresa que la mujer dominicana sólo tendría valor al mantenerse «dentro del marco artístico de lo decorativo, debido a que es la más legítimamente tropical de las Américas (…) Ella no ha nacido para actuar dentro de los límites severos de la práctica, sino en los dominios de la frontera de la teoría».

Ni Dominicana ni Eros responden a Guerra, autoproclamado antifeminista. Quien la hace es el escritor Juan Valdez Sánchez, pues remitiendo nuevamente dos partes troncales de su artículo «Evolución feminista» (de mayo de 1924), específicamente subraya: «Las mujeres dominicanas, evidentemente persuadidas de las fuertes aptitudes que las caracterizan, luchan tesonera e infatigablemente, por liberarse de la tupida urdimbre de sujeción con que hasta ahora la ha tenido envuelta una falaz y mal entendida perspicacia. Ya se hacía esperar este momento de suma trascendencia, imprescindible punto de partida en el establecimiento de una igualdad absoluta de derechos».

Indudablemente, las voces de Dominicana y Eros no se aunan en el idilio, como expresamos al comenzar a relatar las coincidencias argumentales a favor de la ciudadanía de las dominicanas que se atrevieron a postular. Retomarlos, aun desconociendo quiénes eran en realidad, recuerda que la conquista de los derechos no es un regalo, sino una lucha constante por la justicia y la equidad.

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