Con la reciente victoria electoral de Donald Trump en los Estados Unidos, muchas personas alrededor del mundo esperan con entusiasmo que el presidente electo, en su nueva administración, inicie un proceso de paz que pueda poner fin a la guerra en Ucrania y al conflicto entre Israel y Hamás en Gaza. Vladimir Ilich Uliánov (Lenin), en su obra publicada en 1916 mientras residía en Zúrich, Suiza, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, nos advierte que: “El imperialismo es la etapa del capitalismo en que este, luego de haber avanzado todo lo posible, comienza a declinar”. Según Lenin, esto se debe a que las fuerzas productivas se estancan como resultado de la propiedad privada y los Estados nacionales, lo que de manera inevitable lleva a guerras nacionales y mundiales que buscan sostener a ese capitalismo monopolista, que deriva en imperialismo y necesita las guerras para sobrevivir. Lenin también sostenía que el imperialismo no busca la paz.
De manera similar, es importante recordar que, en su discurso de despedida a la nación, el presidente republicano Dwight D. Eisenhower advirtió al pueblo estadounidense sobre los peligros del complejo militar-industrial. Todos sabemos lo que ocurrió con el presidente John F. Kennedy al oponerse a los excesos de ese suprapoder estatal. Durante la campaña electoral, Trump afirmó en varias ocasiones que pondría fin a la guerra en 24 horas. Sin embargo, la realidad indica que esto no sería posible, a menos que se concedan todas las peticiones de Rusia.
La solución al conflicto en Ucrania, cualquiera que sea el escenario, podría dejar en una posición desfavorable a las potencias occidentales, especialmente a los Estados Unidos, si ceden de manera explícita ante las pretensiones de Putin. El escenario más probable para Rusia sería que, en un futuro acuerdo de paz, conserve todos los territorios ocupados y que Ucrania no ingrese en la OTAN. Esta solución socavaría no solo la doctrina del «Destino Manifiesto», acuñada por John O’Sullivan como símbolo expansionista de los Estados Unidos, sino que también erosionaría su credibilidad ante sus aliados de Europa Occidental y de la OTAN. Otros posibles escenarios, como permitir la entrada de Ucrania en la OTAN a cambio de concesiones territoriales o exigir la devolución total de los territorios ocupados, parecen igualmente inverosímiles dada la ambición expansionista de Putin.
El nuevo escenario geopolítico se divide entre globalistas y soberanistas, como lo describe el destacado geopolitólogo mexicano Dr. Alfredo Jalife Rahme. La crisis financiera global de 2008 generó descontento en las clases medias y trabajadoras precarizadas de los países desarrollados, dando lugar a fenómenos ultraderechistas como el de Trump, que promueven la lógica soberanista centrada en la fortaleza de los Estados nacionales. Esto se refleja en el lema Make America Great Again de Trump. Con una postura más aislacionista en una posible segunda presidencia de Trump, cobra relevancia la teoría del historiador Robert Kagan, expuesta en su obra The Return of History and the End of Dreams (2008), donde anticipa un mundo del siglo XXI similar al del siglo XIX, dominado por potencias regionales fuertes. En este escenario, los BRICS y una Europa unificada disputarían la hegemonía de los Estados Unidos.
La presidencia de Trump podría consolidar un nuevo orden mundial multipolar, caracterizado por el aislamiento de los Estados Unidos y la incapacidad de establecer un orden unipolar a través del «poder blando» que describe Joseph Nye en Soft Power (2004). Aunque los BRICS podrían ganar atractivo económico y político, su influencia en América Latina y el Caribe sería limitada, ya que Estados Unidos probablemente reforzaría su poder regional mediante una versión renovada de la Doctrina Monroe. Esto implicaría políticas más hostiles hacia regímenes como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y podría facilitar la expansión de gobiernos ultraderechistas en la región.
La dispersión del poder global, como describe Moisés Naím en El fin del poder (2013), y la ausencia de consenso entre actores como Estados Unidos, Rusia, China e India podrían amenazar el multilateralismo y la cooperación internacional. La falta de un liderazgo hegemónico que brinde estabilidad, combinada con ambiciones expansionistas, podría llevar al mundo hacia el borde de una nueva guerra mundial, similar a los acontecimientos previos a la Primera Guerra Mundial. Como decía Hegel, “la historia se repite dos veces”. No obstante, mantenemos la esperanza de que un mundo multipolar pueda garantizar la paz que tanto anhela la humanidad.
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