-VIII-
Luego de la carta de Juan Pablo Duarte al Gobierno Provisorio de la Restauración, a través de Ulises Francisco Espaillat, vicepresidente interino y ministro de Relaciones Exteriores, aceptando, finalmente, el cargo diplomático en Venezuela y otros países de América del Sur, el propio Espaillat le responde, el 22 de abril (1864), congratulándose del regreso a la patria de los buenos dominicanos para defenderla, sin dejar de calificar de calumnioso el libelo periodístico habanero y negar los supuestos resquemores del liderazgo de la revolución ante su presencia. Así se expresa:
“El Gobierno ha recibido su nota fecha del 21 de los corrientes por la que se ve se decide Ud. a admitir la misión que se le confiara».
“Este Superior Gobierno no cree de ningún valor las razones que motivan su última resolución, puesto que tanto él como los demás jefes y corifeos de la revolución lejos de prestar ninguna atención al calumnioso artículo del Diario de la Marina, ven con mucho gusto el regreso a su país de todos los buenos dominicanos los que ocuparán en él el puesto a que les haga acreedor los servicios que presten a su país; así, General, no crea Ud. ni por un momento que su permanencia pueda excitar envidia ni rivalidades, puesto que todos lo verían con gusto prestando aquí sus buenos servicios a la patria.
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“Sin embargo, siendo muy urgente como Ud. sabe la misión a las Repúblicas Sud Americanas y habiendo este Gobierno contado con Ud. para ello como lugar donde Ud. mayores servicios podría prestar a su patria, aprovecha su decisión (si bien desaprobando las razones que la motivan) y se ocupa en mandar redactar los poderes necesarios para que mañana quede Ud. enteramente despachado y pueda, si gusta, salir el mismo día”.
Dos días después de la misiva, el Gobierno instruía a la Administración General de Hacienda entregar al patricio 500 pesos fuertes “para que los use cuando a bien tenga”.
El mismo Duarte anotó en sus Memorias: Estos pesos fuertes son ´papel moneda equivalente al veinte por uno.
Aunque todo parecía articulado para su inminente partida hacia Venezuela, el Padre de la Patria acariciaba una última razón para permanecer en el país. Observa Orlando Inoa que Duarte, “En su fuero interno no quería resignarse a la realidad de volver a Venezuela con la espada virgen…”.
Trataba de que la decisión del Gobierno pudiera ser variada. El 26 de abril, escribió al presidente José Antonio (Pepillo) Salcedo, quien tenía su Cuartel General en Yamasá. Explicaba a Salcedo las circunstancias de su estadía en el país, con mención del intento divisionista del periódico citado. Envió la carta con el coronel Mariano Díez, su tío, a la que agregó lo siguiente: “El portador de la presente es uno de los oficiales que ha venido conmigo de ultramar, el cual no ha querido sino presentarse personalmente a Vuestra Excelencia. Me tomo la libertad de recomendárselo y espero le tratará Vuestra Excelencia con la benevolencia que le es característica”.
El 22 de abril de 1888, Rosa y Francisca Duarte, las hermanas del patricio residentes en Caracas, en carta a su amigo y escritor Emiliano Tejera, proclamaban, con acentuado tono autocrítico:
“…los pueblos cuando menos se espera degeneran, esto no es una reconvención a ese pueblo mío, no, no son ellos los culpables, en particular somos nosotros, que en lugar de andar errantes debíamos haber vuelto a morir al pie de nuestra bandera…”.