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Las opiniones y observaciones de intelectuales y personajes de la historia nacional y exterior sobre la decisión del Gobierno Provisorio de la Restauración de designar a Juan Pablo Duarte en una misión diplomática en Venezuela y otras naciones de Sudamérica, y no concederle la oportunidad de volver a luchar por la independencia y la soberanía nacional en el escenario de la revolución restauradora, como era su deseo al regresar al país el 25 de marzo de 1864, después de 20 años de exilio, no desdice y ni reduce la dimensión de esa epopeya, considerada por Juan Bosch como el capítulo más notable de la historia nacional.
Los procesos históricos y las actitudes de los gobiernos, así como de sus líderes son el fruto de coyunturas concretas, y deben ser analizados a partir de sus complejidades y contradicciones. Si bien la guerra de la Restauración fue profunda por los matices que confluyeron en su dinámica, tanto en lo militar, como en lo político y en lo social, también lo fue para la monarquía española como potencia anexionista. Así, durante la revolución contamos con cuatro gobiernos, dos de ellos por golpes de Estado; del mismo modo que España designó cuatro capitanes generales.
Mientras residía en Chile, el maestro Eugenio María de Hostos escribió en 1892, en el periódico La Patria, sobre el Patricio y su presencia en el escenario de la Restauración: “(Cuando supo de la resistencia nacional a la anexión), Duarte no vaciló y se presentó de nuevo en la patria de donde lo había desterrado la ambición.
“Aquí fue un nuevo sacrificio, aún más doloroso que el de la expatriación. Los hombres nuevos que se habían puesto a la cabeza de los restauradores del orden nacional trastornados por la anexión, temerosos también de que Duarte les hiciera sombra, le hicieron tan dura su generosa participación en los azares de la lucha…”.
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Don Emilio Rodríguez Demorizi, en su artículo “Duarte y la Restauración”, expresa: “Así, empujado por la insidia y lleno el corazón de amargas desazones, pero dejando el altísimo ejemplo de su civismo, tomó Duarte el camino del destierro definitivo, hacia el Calvario, sin la piedad de un Cirineo que le ayudase a llevar la Cruz de hondos suplicios, “no descritos por el Dante –como dice Emiliano Tejera-, porque el poeta vengador no inventó castigos para los inocentes, sino para los criminales”.
Alcides García Lluberes, intelectual e hijo del historiador nacional José Gabriel García, en su ensayo “Duarte y las Bellas Artes”, al referirse al citado capítulo de la Restauración, observó: “En ambas (cartas dirigidas a Ulises Francisco Espaillat, ministro de Relaciones Exteriores) y a José Antonio Salcedo, presidente del Gobierno Provisorio de la Restauración ), Duarte manifiesta su disgusto por la determinación gubernativa de utilizar sus servicios en el exterior en primer término, cuando nuestro gran patricio estaba harto de destierro, de extrañamiento forzoso de la Patria, a la cual había vuelto de un modo tan gallardo, en un viaje costoso y lleno de riesgo (…) En esas epístolas se trasluce igualmente la incertidumbre en que se hallaba Duarte respecto de si habría algún interés en alejarlo del país”.
Ahora, el juicio del historiador César A. Herrera sobre el tema en cuestión: “Después de (…) (cuatro) lustros de ostracismo en Venezuela aparece Duarte en el escenario con el designio de robustecer con su fe patriótica las luchas por la libertad, pero ya estaba descartado el ideal redentorista de su género con las ambiciones personales del poder…”