La construcción de una sociedad solidaria, participativa, respetuosa de la libertad individual y de opinión, es una prioridad nacional porque solo de esta manera los ciudadanos podrán sentir un firme y sano apego al Estado de derecho consagrado en nuestra Constitución y leyes.
Esto sin embargo necesita de un gran esfuerzo: Implica educar en democracia, desarrollar en nuestros niños, niñas y adolescentes competencias y habilidades para una convivencia social asertiva y para un ejercicio personal y social basado en el pensamiento crítico-autocritico donde se sientan compromisarios del bienestar social.
Si partimos de la premisa de que “El alumno es el centro del proceso de enseñanza-aprendizaje”, debemos visualizar y diseñar procesos educativos que les empodere, que los conviertan en protagonistas, que les transformen en los veedores de las estrategias en cada etapa del proceso pedagógico, que sean guardianes de la calidad de lo que sucede al interior del aula, con responsabilidades compartidas. Eso, sin duda, va a convertirse en una experiencia enriquecedora para su formación integral.
Educar para la democracia de igual manera, pasa por todo el accionar, la estructura y las relaciones al interior de nuestros centros educativos, convirtiéndose en un “eje transversal” de todo cuanto sucede en las escuelas y por consecuencia en la sociedad; por lo que cuidar y velar por la validación del significado de la democracia, es fundamental como una práctica intrínseca de cada una de nuestras actuaciones cotidianas al interior del centro.
Practicar democracia también implica una comprensión de los valores que promueve este sistema y reconocer la forma en que este permea todas las prácticas sociales, institucionales y personales; de ahí la necesidad de cuidar permanentemente el cómo se vamos construyendo las relaciones entre pares al interior de nuestros centros educativos. Relaciones basadas en la deliberación y el debate reflexivo, la participación activa en la toma de decisiones y la comprensión de las demandas y necesidades de sus pares construirá una mirada colectiva coherente con la realidad.
Cultivemos valores democráticos. La escuela puede cumplir esta función si de manera colectiva así lo queremos y trabajamos para ello; fomentemos en estos espacios la escucha activa a nuestros estudiantes, el dar poder a sus voces, propiciar su participación, que a fin de cuentas se traduce indudablemente en justicia social. Parece simple, pero no lo es; es la madre de todas las virtudes. Será el espacio en donde el respeto a las ideas de nuestros semejantes, tiene el mismo valor que el respeto a las mías.