“El hombre piensa que el cielo se quema. En el filo de su hacha está también el incendio del cielo” (Bosch, 1998).
El profesor Juan Emilio Bosch Gaviño, notable crítico social e intelectual dominicano, político, historiador, ensayista, novelista y uno de los principales cuentistas de América, era un hombre sabio que descubrió la manera de conectar con su pueblo. Su narrativa cumple con una función multifacética y compleja: proporcionar placer estético, ser espejo de la sociedad, reflejar sus costumbres, valores, preocupaciones y contradicciones; y permitir que el ser humano se conozca mejor a sí mismo. Su obra, escrita en una prosa poética, lleva en su seno lecciones de vida y produce despertares de conciencia.
Bosch trabaja su mundo ficcional desde las creencias del dominicano y por tanto conduce al lector hacia el mundo de las ideologías que responden a las convenciones de la realidad. En su libro “Cuentos más que completos” (1998) en su sección “Cuentos escritos antes del exilio” se encuentra “El algarrobo” (p. 99). Este breve cuento incluye voces sociales que expresan múltiples discursos: el de la pobreza, la explotación, la dominación y una muestra de las costumbres y el sentir de la gente del campo. El algarrobo es el simbolismo central del cuento: un árbol notable por su capacidad para crecer en condiciones áridas, su utilidad para la fauna y los humanos, y su adaptabilidad a una variedad de entornos.
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El foco narrativo se centra principalmente en el protagonista y en su lucha personal contra la naturaleza y las adversidades. Sin embargo, aunque no se menciona explícitamente, es posible inferir la existencia de un sistema de relaciones de poder en el contexto del cuento. La descripción de Lico como un hombre que trabaja en el monte, enfrentando dificultades para talar un algarrobo; el nacimiento prematuro de su hijo, seguido por la inmediata declaración de Lico en plena madrugada: «Tengo que irme a la tumba», sugiere la presencia de una estructura socioeconómica en la que los trabajadores como Lico están subordinados a intereses económicos más amplios, posiblemente representados por terratenientes o propietarios de tierras.
Bosch, en su condición de político visionario, encumbrado en la cima de un realismo social pleno relata la vida de una pareja en el campo. Lico, el protagonista, y su mujer no deliberan sobre su forma de vida, solo la viven. No es un personaje que se ve a sí mismo como explotado. Se relaciona imperturbablemente, sin cuestionamientos, con la tierra de la que vive para él, su familia y (aparentemente) para el dueño de las tierras. El protagonista solo conoce su relación con el monte (transmuta su relación con la sociedad de la jungla). No hay un lenguaje de queja, solo una aceptación de un destino que no se menciona como tal.
Lico labora sin descanso desde la aurora hasta el ocaso. Lo acompaña un “canto triste”, acaso como expresión de su conexión con la naturaleza y como un medio para enfrentar la dura realidad que lo rodea; canto melancólico que resuena en el monte y se entremezcla con el sonido del hacha golpeando los árboles; atmósfera de desolación y esfuerzo; canto como forma de encontrar consuelo y fortaleza; conexión espiritual con la tierra y sus ritmos naturales; intento de establecer un vínculo con el monte; búsqueda de consuelo y fortaleza… Lico no se queja, solo vive día a día, momento a momento; respeta y admira la naturaleza, pero en su pobreza no puede hacer otra cosa que hacer uso de ella al trabajar la tumba de árboles. Su medio de vida son sus brazos quemados por el hacha y el sol; su cuerpo es la maquinaria que le permite subsistir en las sombras e iluminaciones del monte. El profesor Bosch logra magistralmente a través de este relato decir sin decir; entrar en detalles sin contar detalles; transparentar la vida de esta familia sin quejas, sin culpables.
El pensamiento de Juan Bosch fue fortalecido e impulsado por grandes fuerzas, ideas y palabras surgidas de una mente creativa e intuitiva a las que le dio cause en su mundo político y literario. Para él no era asunto de temáticas, en ocasiones difíciles de entender para muchos. Se trataba justamente del accionar de los personajes y de lo dicho de manera implícita; un juego entre lo dicho y lo que se calla; dominio del mundo de la imaginación y la intuición desde la mente manifiesta en el cuento hasta la del lector. Esta narrativa evoca la poética de la melancolía y se presenta como un eco de los efluvios poderosos que impregnan el paisaje y la psique humana.
La figura del hombre, encarnación de la lucha y la resistencia frente a la naturaleza, emerge como un símbolo trágico que se debate entre la fuerza bruta del trabajo y la impotencia ante el destino inexorable. Su presencia en el corazón del monte, rodeado de árboles que caen ante su hacha implacable, sugiere una lucha perpetua contra fuerzas que lo sobrepasan, un reflejo de la lucha humana contra el absurdo de la existencia. Lico respeta y admira la majestuosidad y la inmutabilidad de la naturaleza, pero por sus condiciones de vida debe realizar su trabajo. La imponente presencia del algarrobo resalta su carácter mítico, convirtiéndolo en un símbolo de poder y resistencia que desafía la fragilidad humana. El árbol, además, representa el poder humano al que Lico está sometido.
El lamento del hombre (Lico), que resuena como un eco solitario, revela la desolación interior que lo acompaña en su ardua tarea. Su canto triste se fusiona con el eco metálico del hacha, creando una sinfonía que impregna el paisaje con un aura de desolación. La llegada del crepúsculo, con sus colores ardientes, añade una dimensión simbólica al relato. El cielo en llamas refleja la pasión y la furia contenida en el corazón del hombre, mientras que el filo del hacha se convierte en un símbolo de destrucción y redención, una metáfora de la dualidad inherente a la condición humana.
Después de un duro día de trabajo, de vuelta a la casa, Lico presencia el nacimiento prematuro de su hijo, pero al amanecer debe volver al trabajo. El cuento se convierte en tragedia, el algarrobo cae abatido por el hacha y muere: evento que subraya la fragilidad de la vida y la inevitabilidad del sufrimiento. La imagen final del hombre, con el sol en el horizonte y el niño en sus brazos, evoca una sensación de resignación y trascendencia, sugiriendo que, a pesar de la adversidad, la vida continúa su marcha inexorable. «El algarrobo» de Juan Bosch se erige como un monumento a la condición humana, una oda a la lucha y la resignación frente a las fuerzas implacables del destino, que yacen en lo más profundo del alma humana, porque incluso en medio de la oscuridad, siempre hay espacio para la esperanza y la redención manifiesta en el ciclo de las estaciones y el eterno retorno.